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332 CELINA A. LERTORA MENDOZA jada de aquella simplicidad e inmediatez que le confiere cierto encanto y facilidad popular. Quizá era ese el efecto buscado por Bacon. En to­ do caso, no resulta demasiado infiel a las directrices generales del mis­ mo Hugo, aunque más radical y menos propenso a extralimitarse. Por otra parte, juzgamos por ejemplos fragmentarios y no por obras exe- géticas completas, y esto también debe sopesarse. Una exégesis al hilo del discurso no hubiera sido, seguramente, tan complicada y analítica. En resumen, podemos concluir este punto sobre el concepto de sentido espiritual baconiano: es toda lectura derivada del sentido li­ teral (o histórico, si se quiere) mediante el uso de una forma de ana­ logía metafórica que en cada caso debe fundarse en las reglas lógicas y científicas que tengan relación con la palabra, frase o perícopa que se quiere interpretar. Como puede apreciarse, hay aquí un acento en el aspecto lógico de la cuestión, lo cual tiene que ver, por supuesto, con el sentido que Bacon daba al simbolismo, pues en definitiva, el sentido espiritual no significa sino tomar el texto literal como símbolo de otras realidades diferentes a aquellas a las cuales ese se refiere. Pero Bacon se resiste a llamar a este procedimiento una «demostración», como decía Hugo de San Víctor, aunque admite que las relaciones entre símbolo y sim­ bolizado son «reales», en el sentido de que no son arbitrarias, sino que derivan de la naturaleza misma de las cosas, a la que el hombre tiene acceso justamente por la unidad última que les confiere su fuente ori­ ginaria: la revelación divina. Como para todos los franciscanos, el uni­ verso es un gran libro donde también puede leerse en sentido evangé­ lico cada una de sus realidades componentes. Por eso, las palabras que fundamentan interpretaciones espirituales (es decir, que son simbólicas) son de diferentes tipos, reductibles a los siguientes: 1. Palabras que signifiquen cosas naturales, procesos o sucesos cós­ micos, o de la vida vegetal o animal: los colores, la tierra, el fuego, el aire, el sol, la luz, el calor, el frío, etc. 2. Palabras que signifiquen seres míticos, porque de por sí ya son un símbolo, pues no corresponden a nada en la realidad: por ej. las bestias del Apocalipsis. 3. Los números, en la medida en que tengan determinadas propie­ dades que la matemática puede descubrir. 4. Los nombres de lugares geográficos, que si bien fueron impues­ tos — ¿arbitrariamente?— por el hombre, gracias a la intervención y

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