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328 CELINA A. LERTORA MENDOZA auctoritas ducum vulgi. Et contra usum apparentis auctoritatis non solum propria sunt consilia et mandata secundum vias Dei et sancto- rum et philosophorum et omnium sapientum, sed quicquid contra vi- tia humanae fragilitatis apud auctores veros dici potest, commune est eis qui auctoritate abutuntur praesumpta. Et ideo, si consilia et man­ data habemus contra defectus verorum auctorum multo magis contra abutentes (Opus Maius, I: Bridges, 12). Vista desde esta perspectiva, la finalidad de la grave restricción propuesta aparece en sus límites, y resulta más aceptable. En efecto, Bacon conocía el abuso que se hacía de los sentidos espirituales, a la sombra de los Victorinos, aunque muchas veces sin su altura espiritual, y lo que es peor, a costa de la integridad del mismo texto, por el cual él tanta reverencia tenía. Para Bacon no existe oposición entre la letra («que mata») y el espíritu («que vivifica») porque también la letra con­ tiene al espíritu y si se prescinde de ella podemos quedar en el aire. Creemos, por lo tanto, que la más importante restricción baconiana a los sentidos espirituales no intenta en el fondo una «cientifización» del procedimiento exegético que lleva a fijarlos, sino que intenta poner un límite a la arbitrariedad. Y combinado con la primera restricción, es decir, atenerse al sentido literal, puesto que éste a su vez se integra con la suma de conocimientos que lo completan, puede concluirse que el uso de la ciencia en la exégesis no es tanto una extralimitación cuan­ to una desafortunada formulación lingüística. En efecto, algunas frases malsonantes han llevado a exagerar la posición de Bacon y a conside­ rarlo sin más un «positivista» (como Charles y Tissandier) y a con­ cluir, equivocadamente, que su «apego» a la Escritura y a la exégesis no fue más que una cubierta necesario para exponer su pensamiento. No consideramos acertada esta interpretación. Es difícil suponer que el interés de Bacon por la exégesis, la teología bíblica y la reforma ecle­ siástica haya sido ocasional o mero recurso literario en sus Opus . Un hombre no elabora un pensamiento «ocasional» durante casi toda su vida. Y si bien puede admitirse la tesis de algunos investigadores mo­ dernos (como Georges Mencil), en el sentido de que al comienzo Bacon habría sido un gran admirador de Aristóteles y solo posteriormente fue inclinándose hacia los intereses escriturísticos, ello no obsta a la interpretación que damos. Todos están de acuerdo en que la etapa «aristotélica» y puramente «científica», si es que la hubo, terminó muy pronto, con su primera juventud. Ya en París había discutido sobre temas bíblicos en el sentido que nos ocupa, y en esa línea continuó

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