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ROGER BACON: SUS IDEAS EXEGETICAS 327 todas las cosas naturales son imagen y signo de las invisibles, espiritua­ les y sobrenaturales, debe haber una clave de la analogía, de tal modo que a cada significado del conocimiento científico pueda corresponder uno en el plano superior. Pero para conocerlo no basta la intuición su­ perior o espiritual pues ella sólo adviene con el previo conocimiento de las realidades inferiores. Esta concordancia y adecuación limita la búsqueda de los sentidos espirituales pues les fija un cuadro, un enmarque, que en definitiva es el científico. No es de extrañar, pues, que los teólogos no vieran esta idea con buenos ojos, y que en este punto no haya tenido seguidores. Pues si bien podría admitirse la necesidad de fundar el sentido espiri­ tual en el literal, entendiendo por este aún la integración con los datos que correspondiesen, parecía excesivo exigir la formulación de un cuer­ po sistemático de correspondencias. Por otra parte, de esta manera la búsqueda del sentido espiritual se transformaría en «científica» (o in­ cluso mecánica) y ello está lejos de la primitiva intuición religiosa que dio origen a las lecturas espirituales del texto sagrado. En realidad Bacon no llega a proponer en estos términos la restricción, pero sus postulados conducen a ello. Porque si no podemos hacer una analogía con los números sin aplicarnos previamente a conocer toda la teoría de las relaciones numéricas, para extraer de ella los principios que nos permitan esa operación, el sentido espiritual queda subordinado al re­ sultado de la matemática, lo que parece inadmisible. Sucede que Bacon tenía una fe tan grande (y tan ciega, a veces) en los métodos científi­ cos, que en realidad estaba convencido que siempre la ciencia hallará la solución que la exégesis o la teología necesitan. Por otra parte, esta restricción tiene también el alcance de evitar las interpretaciones piadosas consagradas por la ignorancia del vulgo, o elaboradas a la ligera y sin meditación suficiente. En este sentido su limitación parece mucho más razonable. En otros términos, mediante esta restricción imponía Bacon un límite al uso desmedido del argu­ mento de autoridad y a la repetición de errores, por el mero hecho de haber sido dichos alguna vez por algún personaje célebre. Y asegura­ ba la posibilidad de criticarlo, mediante un instrumento más objetivo, cual es el cuerpo del conocimiento científico. Esto se ve muy claro en los preliminares del Opus M\aius, donde, al enumerar las causas de los errores apreciables en la Iglesia y en los estudios teológicos, dice: Nomen autem auctoritatis favorabile est. Et ideo majores nostri vene- randi sunt, sive habeant auctoritatem veram sive apparentem, quae est

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