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306 CELINA A. LERTORA MENDOZA fiere). Lamentablemente su florecimiento fue efímero. Adam Scot mu­ rió en 1192, y con él prácticamente terminó la línea de Hugo y Ricar­ do; Absalon, muerto en 1203, fue más bien un predicador y su obra no fue objeto de estudio de los teólogos posteriores. Difícilmente ellos hayan influido de modo directo en las ideas baconianas. En cambio, pensamos en los maestros parisinos que Roger conoció muy bien. Re­ cordemos que en París, en el s. XII, había dos escuelas: la de Notre Dame y la de Santa Genoveva, que fundidas luego dieron origen a la facultad de Teología de la Sorbona 128. Pedro le Mangeur enseñó en Notre Dame mientras que Pedro Lombardo lo hizo en Santa Genove­ va; desde allí pueden arrancar las dos direcciones que se aprecian en los comienzos del siglo siguiente. En efecto, durante la primera mitad del s. X III, cuando Bacon frecuentó la Universidad, había varios cole­ gios teológicos regulares: el de Mathurins, el de Santa Catalina du Val des Ecoliers, el de los Dominicos, el de los Franciscanos, el de los Ber- nardinos, el de Constantinopla, el de Bons Enfants Saint-Honoré y el colegio de San Nicolás129. En esta época enseñaron seculares franceses, como Guillermo de Auxerre, Guillermo de Auvergne y Jacques Panta- león (Urbano IV); e ingleses, como Alejandro Neckam, Esteban Lang- ton, Juan Blund y quizá Grosseteste, en una tradición no confirmada 13°. Pensamos, pues, que Bacon pudo conocer las ideas de Hugo a través de los últimos Victorinos parisienses, y también por Juan de Salisbury (muerto en 1180, obispo de Chartres), vinculado a Inglaterra por ha­ ber sido secretario, entre otros, de Tomás Becket. Es precisamente es­ te autor, después de una larga estancia en Roma, que comienza a de­ nunciar la corrupción y los oscuros manejos de la curia, poniendo en guardia a los ingenuos ingleses. Quizá de él tomaron sus prevenciones contra Roma tanto Grosseteste como Bacon, con malos resultados pa­ ra ambos. En cuanto a Pedro le Mangeur, su Storia scotastica (c. 1170) era muy conocida en París y su fama sólo es comparable con la de las Sentencias de Lombardo durante la primera mitad del s. X I I I 131; con­ siste en resumir la Biblia poniendo el acento en el primero de los cua­ tro sentidos, histórico o literal, tratando de revitalizar los estudios de la historia santa. No es difícil suponer que Bacon conociera esta obra 128. Cfr. P. F eret , La Faculté de Théologie de Paris et ses docteurs les plus célebres. Moyen Age, T. I, Paris 1894, 25 ss y 79 ss. 129. Ibid., 184. 130. Ibid., 225 y 269. 131. H. de L ubac, o. c ., 379.

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