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300 CELINA A. LERTORA MENDOZA no admite tal cosa y en esto es terminante; podrían citarse muchos pa sos de sus obras en las cuales insiste que el texto base de todas las in terpretaciones espirituales, metafóricas o anagógicas, tiene que ser el mismo. El llama a este texto base «sentido literal», pero en realidad no se refiere a identidad entre la interpretación literal y las otras, pues obviamente eso no es posible. Cuando Bacon insiste en que el sentido literal es uno, aunque las interpretaciones válidas (metafóricas, etc.) pueden ser muchas, presupone sobre todo una identidad de texto, esen cial para la determinación del sentido literal. Estas reglas para garantizar la fidelidad del texto, constituyen una especie de prolegómeno al sistema hermenéutico, basado en el análisis de los sentidos bíblicos. Son algo así como una rudimentaria crítica tex tual, mechada de elementos ajenos, pero cuyo núcleo central, que he mos resumido en estas reglas entresacadas de sus numerosos ejemplos y exhortaciones, es claramente diferenciable. El valor de esta elabora ción no puede medirse anacrónicamente. Sería inútil compararlas con las estrictas reglas y procedimientos científicos de un exégeta moderno. Para juzgarlas hay que tener presente el momento y las circunstancias en que fueron emitidas. Y ante todo, tener presente que su obra no es taba destinada a teólogos ni a alumnos, sino que pretendía ser una ilus tración al Papa, acerca de los peligros de seguir por los caminos equi vocados de los teólogos parisinos. De allí el tono retórico y la falta de sistematicidad que se aprecia en sus tres Opus, donde especialmente toca estos temas. Y no vale decir que Bacon fue un espíritu asistemá- tico. Los que así opinaron, escribieron generalmente a fin del siglo pa sado o principios del presente, cuando sólo estaban editados los Opus y algún fragmento accesorio. Pero quien haya leído sus Questiones so bre la Física y la Metafísica aristotélicas, no puede seguir sosteniendo esa opinión infundada. Es que los Opus no intentaban ser una obra científica, sino un «dossier» de ideas que, siguiendo la invitación pa pal, quería dar a conocer. Por ello estimamos correcto hacer una siste matización del pensamiento baconiano sin que de allí resulte un falsea miento. Si él no sistematizó, fue porque no era la ocasión, y no la tuvo en realidad nunca, ya que, impedido de enseñar y de escribir, y no sien do maestro en Teología, sus obras más cuidadas metodológicamente son, por supuesto, las de filosofía. Consideramos, pues, que estas son las líneas fundamentales de lo que, en la obra baconiana, corresponde ría decir en el apartado de «crítica textual». Pero ello no es sino la por-
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