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108 VICENTE MUÑIZ RODRIGUEZ do de la magia, donde es posible extraer conejos reales de un sombrero vacío. Si en la categoría de la subsistencia caben seres como «el rey de la Argentina», con igual derecho, ocupará en ella un lugar también la expre­ sión «el existente rey de la Argentina». Y, si el «existente rey de la Argen­ tina» subsiste, podrá ejercer función de sujeto en la oración «el existente rey de la Argentina existe». Pero, entonces, nos encontramos con una ora­ ción analítica que, en cuanto tal, debemos afirmar que es verdadera. Mien­ tras que «el rey de la Argentina existe» es falsa, ya que el «rey de la Argentina» sólo subsiste, por el mero hecho de añadirle el término existen­ te a «rey de la Argentina» nuestra oración se transforma en analítica y, en consecuencia, en verdadera. Con este recurso se posibilita la fabricación de infinidad de objetos reales extremadamente curiosos. W. O. Quine se­ ñala, no sin cierta ironía, que de este modo, a la teoría de Platón le ha crecido la barba con multitud de seres. Y, según esto, la única manera de evitar este fenómeno sería acudir a la «navaja de Ockam». Es decir, a su principio: «...no deben multiplicarse innecesariamente las entidades». b) La solución de B. Russell Para B. Russell, la argumentación platónica y las dificultades semánti­ cas que entraña colocan al filósofo en la siguiente alternativa: o bien se provee al sujeto gramatical de estas oraciones de una referencia artificiosa (subsistencia de un objeto) o bien se niega que el sujeto gramatical dicho represente algún sujeto lógico. En este último caso, se rechaza —según los ejemplos propuestos— que «el Rey de la Argentina» o «el círculo cuadra­ do» sean los auténticos sujetos de sus respectivas oraciones. B. Russell opta por la segunda parte de la alternativa. Esto le obliga a elaborar una teoría sobre el significado de esta clase de oraciones que permite distinguir perfectamente entre el sujeto gramatical y el llamado sujeto lógico. Para seguir con provecho el análisis, llevado a cabo por B. Russel, conviene previamente fijar nuestra atención en dos conceptos clave: el símbolo de­ notativo o nombre y las descripciones. Un símbolo es denotativo o nom­ bre, cuando se limita únicamente a señalar un objeto sin predicar del mis­ mo ni explícita ni implícitamente propiedad alguna. El símbolo denotativo sería una suerte de representante lingüístico, como una simple grafía que únicamente indicara sin predicar propiedad alguna. Según B. Russell, sólo cuando el símbolo es mero indicador puede afirmarse que el denotatum constitye el significado del símbolo. En consecuencia, si el denotatum no existiera, su símbolo respectivo carecería de significado. Estos símbolos denotativos de objetos o individuos reciben la denominación de «nombres

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