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138 VICENTE MUÑIZ RODRIGUEZ dora de dicha conciencia. Son imágenes de «entes de ficción». Por ello, ha de afirmarse de éstos su naturaleza «imaginaria» o «fantástica». Su estatuto ontològico, pues, deriva de ser pura realidad de conciencia. Esto, sin em­ bargo, no quiere decir que, en su constitución, los entes de ficción no mantengan relaciones con el universo físico, con su espacio y su tiempo. Al ser producto déla capacidad fabuladora de la conciencia del hom­ bre, entran a formar parte del mundo humano. ¿En qué consiste su ficcio- nalidad? La misma raíz latina del término ficción emparenta a sus entes con la obra artística. No olvidemos que de la raíz «fig» deriva directamente la palabra «figulus» con el significado de «alfarero» que designaba a los orfe­ bres dedicados a componer artísticamente objetos de arcilla o de cera. La labor de estos orfebres, con su artesanía, lograba ocultar detrás de unas formas bellas el uso vulgar y corriente para el que dichos objetos servían. Disimulaban su auténtico ser de intrumentos. Fingían aparentemente ser una cosa, pero eran otra en su intimidad esencial. Cuando el arte dejó de ser pura «mimesis», asumió el carácter creativo de formas, considerando la belleza de éstas sin relación alguna al mundo material. De la mera imita­ ción se pasó, en el arte, a la construcción de entes, cuya característica más acusada era, entonces, su «inexistencia» como realidad perteneciente al universo físico. Si desde este pequeño inciso filológico se reconduce nuestra considera­ ción hacia el discurso literario, se patentiza la estructura ontologica de éste. En ellas se observan tres niveles: la del objeto imaginario, la del ente de ficción y la del relato. Como objeto imaginario se entiende la imagen del ente de ficción que se presenta a la conciencia refleja percipiente. El ente de ficción, en consecuencia, será lo que el objeto imaginario figura y que se caracteriza por su «inexistencia» dentro del mundo material. Y el relato o narración literaria se constituye en tal por la fabulación creadora del autor y por la del habla que utilizan los «entes de ficción». Se trata de un discuso apofàntico que versa sobre lo irreal, imaginado como real, den­ tro de cuyo marco cobran sentido de verdad o falsedad las proposiciones del diálogo de los protagonistas o personajes inventados, los «entes de ficción». El tiempo y el espacio en donde se desarrolla la narración no corresponden a los del mundo real pero contienen esencialmente sus ele­ mentos: lugar en donde ubicar los eventos del relato y un antes y un después según los que se suceden. Sin embargo, aquí, en la literatura, el tiempo, respetando su movimiento progresivo, puede sufrir intercambios y mezclas entre el «antes» y el «después» que repercutirán en la visión del espacio. Mediante la actividad de la conciencia imaginante, por su

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