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SIGNIFICADO Y REFERENCIA 133 pero a las que conseguirá dominar mediante la inteligencia y la voluntad. Un conjunto de rasgos, específicamente peculiares, caracterizan este mun­ do. Entre estos rasgos conviene destacar su ser corpóreo material y, en consecuencia, divisible en partes, sometido a la medida y a la distancia, verificado en el tiempo y sujeto de experiencias humanas sensoriales. Un análisis, que opere sobre este paisaje desde una óptica filosófico-lingüística, descubrirá que el mundo del hombre tiene hondura propia —no está des­ fondado —, no marca fronteras entre sus realidades componentes —es uno — y transcurre en movimiento sucesivo —no es atemporal —. Una situación en la que alguien no hace pie, está falta de «fondo», de «suelo» o de «base». Hombre y universo físico no sufren estas condiciones, porque son exposición contracta de la Palabra original. En ésta descansan y por ésta se mantienen y consisten. Su ser es ser expresión y nada inocula en su estructura verbal la enfermedad de la mudez o el silencio. Es todo expresión. Se encuentra dado fácticamente sin psobilidad de retorno a la nihilidad ontologica. Pero tener fondo no es poseerlo en propiedad, sino usufructuarlo en la andadura de su exposición expresiva como ser. El mun­ do del hombre no puede poseerse a sí mismo, porque es don gratuito de la llamada hecha en los orígenes. Sentirse, por ello, «desfondado» es per­ der el sentido de su genuina realidad y experiencia prostituida de lo dado fácticamente como gracia. Por otra parte, el dualismo cartesiano res cogitans y res extensa, que hace al hombre «fronterizo» con las cosas, no ofrece explicación adecua­ damente satisfactoria del mundo físico humano. En epistemología, la doctrina de Descartes creó el famoso problema «de ponte». Es decir, el problema de «acceso a la res extensa» desde la soledad subjetiva del «co­ gito». Y su solución de índole teológica no parece convencer a nadie. El dualismo cartesiano, a pesar de su posterior influjo en el racionalismo y en el empirismo, es pura ficción y sólo sirve como metodología de vi­ visección en el estudio de la unidad del mundo del hombre. Y el mundo del hombre es el hombre y su sistema de relaciones dialógicas. Entre su­ jeto y objeto no existe enfrentamiento alguno, sino amigable coloquio unificador. Ambos configuran la realidad que se construye desde su cen­ tro, ocupado por el hombre, a la manera como la araña urde su tela en­ volvente. El sistema de relaciones dialógicas es resultado del modo de preguntar humano a su entorno material. Según sea la pregunta —poé­ tica, científica, filosófica o religiosa— será la respuesta de dicho entorno. Y, entonces, el ser del hombre crecerá en su entidad expresiva en virtud de la asimilación de los elementos de la respuesta con los que formará un sistema de discurso. No hay cabida, aquí, para fronteras que separen.

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