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132 VICENTE MUÑIZ RODRIGUEZ existen intérpretes que lo hacen objeto de conversación, de tema común, en cuanto ellos participan también de idéntica función deíctica. Pero po­ seen, además, un logos con el que comprenderla y decirla. Tales intérpretes son los hombres. Para la naturaleza personal de éstos, la hermenéutica que realizan cobra carácter de drama y de conversación. De drama: parece suge­ rirlo el significado latino de «persona». En efecto, persona fue la palabra empleada por los romanos para traducir la griega equivalente a «personaje» o «papel teatral que debe ser representado». De aquí también que el ámbi­ to semántico de «persona» se amplíe hasta contener en sí el significado de máscara. El diálogo, dentro de esta panorámica, se convierte en drama, cuando los hombres no logran captar el sentido y la referencia única del universo, de la que, según un poco más arriba se ha indicado, ellos mismos son copartícipes. Pierden, así, el rol hermenéutico para el que fueron con­ vocados por la Palabra. El drama cobra visos de tragedia, si además los hombres quedan reducidos a la periferia de la mera carátula. Esto acontece en el momento en que su realidad genuina se les oculta, sin posibilidad de aprehensión, tras la «máscara», cuya misión consiste en esconder y velar los fundamentos ontológicos en virtud de los cuales se es hombre y no cosa arrojada en el mundo. Lo normal, sin embargo, es que las personas, en su realización auténti­ ca, transformen el diálogo en conversación. Entonces, el «ágora» coloquial no es el de una simple plaza pública, sino todo espacio, todo lugar propicio para la comunicación lingüística. Cada hablante ocupa en este «ágora» un determinado punto: es un «yo» o un «tú», según las vicisitudes por las que atraviese el tema común propuesto. Escucha o dice, ejerciendo en ambas funciones su vocación de intérprete del universo todo y, a la vez, de sí mismo. Ante el cuadro descrito, surge inmediatamente una pregunta: ¿Cuál es el objeto sobre el que recae la hermenéutica de la conversación? ¿Qué interpretan los interlocutores desde la perspectiva que pretende captar las ultimidades del ser? Como respuesta, aparecen en seguida tres mundos: el físico, el de las entidades abstractas y el de los entes de ficción. a) E l mundo físico Primeramente, nos encontramos con el mundo físico. Es el espacio donde transcurre nuestra existencia y que forma con ésta un elemento constitutivo ineludible. No hay hombre y mundo , sino solamente «mundo del hombre». La persona se construye con las realidades que le son veci­ nas. Unas ya domesticadas y puestas a su servicio; otras, enfrentadas a ella,

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