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SIGNIFICADO Y REFERENCIA 131 4. Cuaderno de bitácora Toda palabra segunda remite necesariamente a la Primera, con la que guarda relación sintáctica e icònica. La exposición de su ser refiere, toda ella, aunque de modo incompleto, lo que de la Palabra Primera acogió en su receptáculo de mudez y silencio. Por ello, el mundo y las cosas, el universo todo es como un libro que refiere, que relata, haciéndolo patente, el ser de la expresión original que lo sustenta. Carece de bordes semánticos embotados y su naturaleza es transparente al sentido y al significado. Orienta hacia el interior último de su nihilidad y vacío, para dejar aparecer allí su fundamento y significado a la manera como una pintura revela en los colores el modelo que la sustancia en su ser de pintura. Icono en el que lo pasado, donde se inició el tiempo, se presenta y se transforma con lo porvenir en diálogo, conversación e historia. Tratándose del mundo, del universo todo, su diálogo es pura actividad referencial de su fundamento expresivo y se resume en un relato de éste. Sin embargo, a pesar de su pobreza ontològica, exige para exponer su ser un espacio, un lugar en donde revelar su naturaleza iconica. Una suerte de museo en el que, de algún modo, queda apresada la Palabra Primera que dicta el ser, como expresión obligada limitada suya. El mundo y las cosas, el universo todo, muestra en el espacio temporal concreto, sujeto a las leyes físicas, aspectos diversos de dicha Palabra. Ejerce respecto a ella la función pronominal defatica, en el sentido demostrativo con que tradujeron los latinos el «deictikós» de las gramáticas griegas, especialmente las de Dionisio de Tracia y Apolonio Díscolo. En la filosofía moderna, Ch. S. Peirce acuñó para denominar esta función el término «indicativo». Si la función pronominal, teniendo presentes los matices que de ella hacen los lingüistas, consiste en operar como sustituto de nombres, sería plausible afirmar que el universo todo es la gran anáfora de la Palabra Primera a la que ostende, revelándola como Nombre. Pero Nombre que, al estar por debajo de todo discurso, fundamentándolo, es para nosotros de carácter «inefable» en su contenido. Es, en vocabulario neoplatónico, el «arretos» por excelencia. En este estado de cosas, la función pronominal del universo es de natu raleza egocéntrica. Se asigna a sí misma el papel del «yo» y todo su discur so lo realiza con una única referencia: aquella a la que remite toda la exposición expresiva de su ser. Es decir, el Nombre, el Inefable, el Arretos. Todo lo que no es hombre convierte, así, el diálogo en «monólogo». Un «monólogo» que solamente es liberado de su soledad individual, cuando
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