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124 VICENTE MUÑIZ RODRIGUEZ Los capítulos primero y sexto de Lenguaje, Verdad y Lógica están dedi­ cados a la exposición de lo que acontece con la Metafísica, la Etica y la Teología, cuando son sometidas a la verificabilidad. Dado que R. Carnap publicó un estudio, a este respecto, teniendo como objeto de su análisis la Metafísica, nuestra atención se va a centrar en los temas de la Teología y la Etica tal como Ayer los concibe. El estudio de R. Carnap tendremos ocasión de examinarlo en el apartado siguiente. Si uno se atiene al principio de verificación, las proposiciones teológi­ cas no alcanzan ni la categoría de probables. Para que, por ejemplo, la existencia de Dios fuese verdadera debería ser una hipótesis empírica. En ese caso, su unión con otras hipótesis deberían inferir proposiciones expe­ rimentales no deducibles solamente de éstas últimas. Pero tal cosa no suce­ de nunca. Pongamos que de la existencia de cierta regularidad en los fenó­ menos naturales quisiéramos inferir la afirmación «Dios existe». Si el enun­ ciado «Dios existe» no implica más que la sucesión regular de fenómenos naturales, a lo que lógicamente debe llevar es a afirmar la existencia de tal regularidad. Entonces, «Dios existe» tendría como contenido significativo esta otra proposición equivalente: «en la naturaleza se da una regularidad en la sucesión de los fenómenos». Pero ningún creyente admitirá que al hablar él de Dios y de sus atributos pretenda significar tal contenido. Para él, ciertamente, el término «Dios» es metafisico y no podría ser definido en signos puramente empíricos. Pero, si el término «Dios» goza de carácter significativo metafisico, entonces, padecerá el mal congènito del lenguaje filosófico: carecer de sentido. Emerge, así, en el panorama de la teología un ateísmo sin precedentes: el ateísmo semántico. En él, como rasgo más peculiar, nos encontramos con que se descalifica tanto el decir ateo como el teísta, por ser ambos de índole metafísica. De manera análoga, la Etica clásica se saca de su ámbito metafisico, merced a la aplicación del criterio de verificabilidad, y se la hace derivar hacia ámbitos retóricos y emotivos. No es esto extraño; el mundo de los valores nunca podrá ser aprehendido por el número ni la medida. Y es, precisamente, el valor el que confiere a una proposición concreta su carác­ ter moral. Así, por ejemplo, si alguien ha robado un banco y se lo confiesa a un amigo sincero, ciertamente recibirá la reconvención de éste: «Has hecho muy mal en robar un banco». ¿Qué es lo que convierte a esta propo­ sición en una proposición ética? No el hecho en sí de haber robado un banco. Hecho que es lo verificable y lo que confiere verdad al enunciado, sino los adverbios «muy mal». Pero tales palabras sólo indican la valora­ ción que merece a una persona el hecho. Y esto es algo subjetivo que pertenece al campo de las actitudes del hombre frente a la vida en su

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