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116 VICENTE MUÑIZ RODRIGUEZ lismo defiende que la forma fónica de las palabras representa la esencia de las cosas. El fenómeno de la onomatopeya sería, por esto, un caso particu­ lar —reducido en número— de dicha representación. El convencionalis­ mo, por el contrario, sostiene que el lenguaje está en lugar de las cosas y dice lo que son éstas en virtud de una convención humana. En el fondo de estas dos visiones semánticas, por lo menos en su orientación clásica griega, subyace la profunda convicción de que entre lenguaje y realidad se da un paralelismo perfecto. El lenguaje es voz, sonido, pero en esa voz, en ese sonido, aparece el qué metafisico de la realidad. A todo ser corresponde un logos —concepto-palabra— y a todo logos un ser. El mundo sobrece- leste platónico es consecuencia directa y rígida de estas premisas. 1. Versión sencilla de la teoría referencial Dentro de este contexto, a muchos pensadores les ha parecido que la categoría gramatical del nombre propio posee una estructura semántica idealmente transparente. Aquí está, por ejemplo, la palabra «luna» o la palabra «silla» y aquí están el planeta luna y el objeto silla. No hay nada escondido ni misterioso. El hecho de que la palabra «luna» y la palabra «silla» tengan significado está constituido porque son nombres , porque nos remiten a dichos objetos, dándonos sus notas caracterizadoras. De esta primera intuición, se parte para suponer que se puede dar cuenta de un modo similar de todas las demás expresiones con significado. Así, analizan­ do una oración simple de la estructura sujeto-predicado, la función de sujeto sería ejercida por nombres y el predicado designaría propiedades, relaciones y, en general, atributos. «El campo está verde », el predicado «verde» está en lugar de una propiedad —color— que pertenece al campo. Es un atributo. Y la oración, en cuanto tal, significaría un hecho o estado de las cosas : el de una porción de tierra con dicho color. Además, en el significado de una oración, se ha de atender al lugar que las palabras ocupan. «Juan ama a María» no posee un significado idéntico a «María ama a Juan». Tenemos, pues, que el nombre hace referencia a entidades, objetos; el predicado, a propiedades, atributos; la oración, a hechos o esta­ do de las cosas. Por ello, la lengua es un sistema abstracto de signos cuya estructura corresponde unívocamente a la del mundo ontologico. Ideal­ mente, lengua y metafísica serían isomorfas. El convencionalismo, en esta visión referencial realista, tendría lugar sólo en las diversas realizaciones de la lengua. La sencillez y claridad de esta teoría comienza a obscurecerse, ante ejemplos de los que no puede dar explicación satisfactoria. ¿Qué hacemos

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