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114 VICENTE MUÑIZ RODRIGUEZ para la comunidad idiomàtica un signo común sustitutivo de las mismas. Y, en cuanto originada por el hombre, es como éste: libre, histórica, veraz y, en consecuencia, ética. Por otra parte, el carácter iconico de toda realidad, como signo necesa­ rio y único que remite a la Palabra fundante, adquiere en el hombre dimen­ siones también simbólicas, indicativas, sintomáticas y apelativas. En la Grecia clásica se llamaba símbolo a cada una de las dos mitades de un objeto que, al reunirse, permitía identificar a sus portadores, como los invitados especiales de una casa. Son estas dos mitades reunidas, una suerte de credencial. Prueba de identidad del hombre que exhibe una de estas mitades ante la gente conocedora de la otra mitad. En nuestro caso, de manera análoga, en la comunicación la forma común de expresión de los hombres obliga a éstos a reconocerse entre sí. El Yo se reconoce como tal en el Tú, pues ambos poseen dicha forma común. Yo y Tú son como las dos mitades a las que aludía el término griego símbolo. Solamente cuando se reúnen adquieren plenamente sentido por su copresencia dialó- gica, por su intercomunicación. Dado que el símbolo sirve para que los hombres tengan, en común, la evidencia apodíctica del ser, la función expositivo-expresiva simbólica es la que constituye y mantiene la comuni­ dad ontologica y existencial de los hombres, con dicha posesión común del ser. Así, a cada forma simbólica corresponde una verdad propia. Esto no quiere decir que unas formas simbólicas sean más verdaderas que otras, sino que cada una de ellas representa al ser diversamente con leyes de congruencia interna también diversas. Tenemos, por ejemplo, formas sim­ bólicas artísticas, religiosas, científicas, filosóficas. Y, entonces, lo que im­ porta no es señalar su «unidad diferencial», sino su interdependencia, puesto que el ser siempre es el mismo. No es uno para la ciencia y otro para la filosofía, la religión o el arte. Indice, indicador, indicativo son términos con los que se muestra un rasgo peculiar de la expresión lingüística humana. Es obvio que pueden aplicarse también a realidades no verbales. Por ejemplo, a título ilustrativo, no cabe duda que si se considera una pared con un orificio causado por una bala, dicho orificio es «índice» o «indicador» de que hubo un disparo. Pero, cuando se trata del lenguaje, estos términos — índice, indicador, indi­ cativo— son funciones expresivas que manifestan rasgos personales del hablante o del escritor. Este fenómeno aparece, por ello, asociado con frecuencia a pronombres que diversifican la función indicadora según sea la persona que hable. Algunos filósofos, por otro lado, aplican el término «indicativo» para oraciones dependientes del contexto, en cuanto su valor veritativo puede variar en dependencia de la ocasión en que se enuncian.

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