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92 CEFERINO MARTINEZ SANTAMARIA muy posteriores, muestran cómo es psicológicamente posible semejante dualismo del espíritu, sobre todo en épocas con tentavias de transición»68. No es necesario seguir a W. Windelband en la cita que hace de grandes filósofos que forman cadena hasta el siglo XIX, para probar su tesis históri­ ca de la vigencia de la doble verdad. Para mi propósito actual, lo que he transcrito es suficiente para situarse dentro del íntimo desgarro sufrido por el espíritu europeo desde que rompe con la cristiandad medieval hasta asentarse en el banco de arena del ateísmo actual. España sintió este desga­ rro, sobre todo, en el siglo XVIII, con prolongaciones hasta nuestros días. Al desentenderse del mesurado equilibrio de nuestros clásicos del siglo XVI, no fue capaz de aunar las exigencias del Evangelio con los urgentes menes­ teres de la política. Otros países vivieron con más cálculo, hasta con cínico realismo políti­ co, la doble verdad. El vademecum de este cinismo vino a ser El 'Príncipe , de Maquiavelo. Este quiere mostrar, en esta obra, que la política es un arte en el sentido técnico de la palabra, es decir, un método riguroso para saber a qué atenerse en la lucha por el mando. El libro enseña cuando hay que obrar con zarpa de león y cuando hay que actuar con sinuosidades de vulpécula, porque lo que, en definitiva, cuenta, es el éxito. Pero en un mundo que se creía cristiano surge de modo ineludible esta pregunta: ¿Esta mentalidad puede mirar a Dios como fuente de la ley y del derecho? Ante esta pregunta salta al ruedo como posible solución la tesis de la doble verdad. El político, como tal, no asume más verdad que la enseñada por Maquiavelo. Pero, al mismo tiempo, si el político es creyente, puede tomar otra actitud muy distinta, que puede llegar hasta pecar de devota. El Car­ denal Richelieu y la Eminencia Gris que estaba detrás, vivían en un clima ascético, abierto en ocasiones a la mística. Sin embargo, su política no tuvo otra meta que el éxito con un meditado desdén a cualquier otra clase de motivaciones. La praxis política, como un fin en sí misma, no ha nacido de hombres ateos en nuestro siglo, aunque tanto se haya practicado en él, sino que ya la hicieron suya personas que se creían cristianas en una época de desgarro íntimo. Bien lo dice el siguiente comentario de J. Touchard al Testamento de Richelieu: «El principal interés del libro ( Testament ) reside, a nuestro juicio, en los esfuerzos por conciliar la moral cristiana con la razón de Estado, por cubrir la razón de Estado con el manto de la moral»69. De su consejero, la Eminencia Gris, escribe Aldous Huxley, al narrar sus últimos días: «Extraños relatos de heroísmo y de brutalidad, de devoción 68. W . WlLDELBAND, Storia della Filosofía Moderna, Firenze 1942, 5. 69. J. TOUCHARD, Historia de las Ideas Políticas , Madrid 1970, 266.

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