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CRISIS DE LA CONCEPCION POLITICA MEDIEVAL EN LA EPOCA. 91 no era tenido en cuenta. Una persona serena no puede aceptar esta absor­ ción de lo temporal por lo espiritual, especialmente en la relación política de Iglesia y Estado. Pero menos aún puede quedar satisfecha ante la abe­ rración actual de querer cimentar los valores eternos del hombre en la arena movediza de pactos y compromisos. Bien lo dice la conocida frase de uno de los personajes de Dostoievsky: «Si Dios no existe, todo está permitido». En su carne, quemada por el hierro, ha sentido el hombre de este siglo la trágica vigencia de esta frase. Estos dos extremos de nuestra cadena cultural, La cristiandad de la Edad Media y el secularismo de hoy, ponen de relieve los anillos medios de la cadena. Me voy a referir ahora a dos de ellos. Ambos han buscado un equilibrio entre la civilización exageradamente trascendentalista de la Edad Media y la refinada soberbia del hombre que en nuestros días quiere prescindir de Dios. Estos dos anillos medios han sido la teoría y praxis de la doble verdad y la actitud equilibrada de la escuela española del derecho. Es precisamente esta actitud de la escuela española la que quiero ahora hacer ver en su dimensión histórica. Ahora bien, para comprenderla mejor conviene reflexionar antes sobre esa otra actitud, que mantiene consciente o inconscientemente la tesis averroísta de la doble verdad. Al margen de si el propio Averroes sostuvo la tesis de la doble verdad —los arabistas tienen aquí la palabra—, es indudable que el averroísmo latino creó un clima que motivó el que durante siglos gran parte del espíri­ tu europeo respirara el clima de la doble verdad. Sigo en esto a W. Windel- band, uno de los grandes historiadores de la Filosofía. Este, en su pene­ trante estudio sobre el Renacimiento enuncia este juicio sintético: «Mien­ tras la influencia del nominalismo habituaba poco a poco a mantener la filosofía independiente de la teología, en este período de transición la con­ ciencia de la posible diversidad de las mismas condujo a un más acentuado desarrollo de la sugestiva doctrina de la doble verdad , que surgió en la Edad Media, llegando a la formulación de la tesis de que lo que es verda­ dero filosóficamente no lo sea teológicamente, y viceversa. Pocos han com­ prendido, y son más de uno, quienes retienen que esta doctrina ha servido a los pensadores de aquel tiempo tan sólo para expresar sus ideas hetero­ doxas bajo la apariencia de ortodoxia. En algunos casos esto podrá ser verdad. Pero generalmente aquellos hombres audaces sostenían con toda firmeza la tesis de la doble verdad. Ni esta doctrina era otra cosa que la expresión ingenua de la desazón espiritual en la que realmente se debatían. A los que vivimos hoy en una época crítica se nos hace difícil sintonizar con esta íntima contradicción, sin poder hacernos cargo de cómo es posi­ ble que alguien la profesara abiertamente. Pero hechos análogos, de épocas

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