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CRISIS DE LA CONCEPCION POLITICA MEDIEVAL EN LA EPOCA.., 73 a) La sacralidad del Imperio Pese a que los historiadores profesionales no lo subrayen, parece histó­ ricamente constatato que la sacralidad del poder político es una idea extra­ ña a la mentalidad de Occidente. Este sólo la acepta al dejarse intoxicar por la manía de grandeza bajo el inmediato influjo de las «apo-theosis» tributadas a los Emperadores orientales. La historia de Roma nos lo mani­ fiesta claramente. Pese a la importancia de los augures con sus auspicios, quien mandaba en Roma era la potestad laica, el Senado , quien entregó el poder ejecutivo a los cónsules y concedió el derecho de veto al tribuno de la plebe. Cuando el cesarismo irrumpe incontenible, a pesar de la muerte de César en los idus nefastos de marzo, el Emperador, Octavio Augusto, no hizo más que concentrar en su persona los más importantes poderes, vigentes en tiempo de la República. Concetró también el poder religioso y se llamó Summus Pontifex. Hasta aquí llegó Occidente en la sacralización del poder29. Pero en Oriente, en el Asia Menor, sobre todo, se puso en marcha el culto de la «dea Roma», al que siguió el del «divus Imparator». Es claro que en estos cultos hay una concesión romana a la tendencia divinizadora del Oriente, cuya ceremonia litúrgica fue la «apoteosis»30. El historiador J. Bta. Weiss describe la apoteosis con un texto tomado de Herodiano. Pero más que esta descripción me interesa recoger el vengador juicio histórico que aquí se formula: «La apoteosis es la demostración más cierta de que se había acabado la antigua fe con la antigua libertad, y había llegado la hora del despotismo»31. Despotismo oriental frente a la libertad del hombre de Occidente es lo que significaba inicialmente el título de «sacro» y «divino», dado al Imperio. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos hace ver la tendencia a la sacralización de los habitantes de Asia cuando en Licaonia Pablo y Bernabé son tenidos por dioses y como a tales se les quiere dar culto. Pero ya entonces los Apóstoles habían izado la bandera de que no había otro Dios visible fuera de Jesús de Nazareth. La lucha en torno a esta bandera fue cruenta. La historia, sin embargo, atestigua que estos mismos cristianos, a quienes repugnaba dar el título de «divino» a todo ser creado, aceptaron 29. Cf. L. Homo, Las instituciones políticas romanas. De la Ciudad al Estado, 2 ed., México 1958, 209-211. 30. Cf. I. Koep, «Divus», en Reallexikon für Antike und Christentum , Band III, 1253-54. Explícitamente se afirma aquí que entre los romanos se dio «eine gewiese Konzession... den orientalischen Vergottungs Bestrebungen». 31. J. Bta. WEISS, Historia Universal. III. El Helenismo, Barcelona 1927, 943-944.

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