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68 CEFERINO MARTINEZ SANTAMARIA la moral. El Estagirita propone, en los diez libros de la Etica a Nicómaco , una moral basada con tal exclusividad en el hombre que puede ser tildada de a-tea , no porque niegue a Dios sino porque prescinde absolutamente de él. El canon de la ética aritotélica es el hombre: plenitud del humanismo. Es sorprendente que esta ética haya sido comentada con complacencia y asimilada por el Aquinate. ¿Tuvo santo Tomás plena conciencia del huma­ nismo radical de la ética de Aristóteles? Dejo de lado esta incitante cues­ tión formulada exclusivamente con la finalidad de poner en el mayor relie­ ve la neta distinción y neta autonomía que santo Tomás establece entre la ética natural y la moral sobrenatural. Aquélla es común a todo hombre; ésta es propia del cristiano. Pero entre una y otra no es posible la más mínima oposición, porque ambas provienen del mismo y único Dios. Esta mentalidad del Doctor Angélico queda plenamente manifiesta cuando en el frontispicio de su Suma Teológica escribe; «Cum igitur gratia non tollat naturam sed perficiat»21. Con todo, no cabe silenciar la perplejidad de Tomás de Aquino en el momento culminante en que anuncia nuevas vías para la ética humana. Me refiero a ese principio de moral cristiana, que tanto citarán posteriormente F. de Vitoria y los modernos comentadores tomistas, que dice así: «Jus autem divinum quod est ex gratia, non tollit ju s humanum, quod est ex naturali ratione»22. Un análisis del artículo de la Summa Theologica, en que se formula tan importante principio, hace ver que el Aquinate afila aquí una acerada podadera, muy apta para desmochar todo el ramaje pará­ sito que los curialistas urdieron y tejieron en torno al supuesto poder tem­ poral del Papado. Mas, luego se advierte que el Aquinate en lugar de usar la podadera con mano firme, en el resto del artículo no hace sino mellarla cuanto puede, al buscar justificaciones amañadas para las injerencias tem­ porales de los Papas: las que éstos ejercían respecto de los infieles y los judíos. Con razón F. de Vitoria se lamenta de que su maestro no fuera en esto consecuente. Más bien hay que decir que los tiempos no estaban maduros para serlo. En todo caso hay que subrayar por ser lo históricamente importante, que la puerta quedó abierta para que en un momento de más madurez se distinguiera entre el derecho natural , que compete a todo hombre por ser hombre, y el derecho evangélico , propio de los cristianos. Ambos derechos poseen un destino y una fuerza universales. El haber distinguido netamente este doble universalismo —el humano y el cristiano— constituye, sin duda, 21. Summa Theologica , I, q. I, a. 8 c. 22. Summa Theol. , II-ÉE, q. 10, a. 10.

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