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12 GERMAN ZAMORA Desde su fundación, a principios del siglo XVI, por el maestro D. Rodri go Fernández de Santaella y Córdoba, «confesor de los Reyes Católicos», la universidad de Sevilla estaba unida al colegio de Santa María de Jesús. En virtud de tal unión reclamaba éste «un incontrovertible derecho de patronato» sobre aquélla. «Colegio y universidad siempre ha sido y es un propio cuerpo, con la total subordinación a la cabeza del colegio» —escri biría por aquellas fechas de la reforma el rector del segundo al Consejo de Castilla—5. Estaba en juego la emancipación de la universidad. Pero su situación financiera era tan precaria como la de la mayoría de sus hermanas peninsu lares. Bastantes cátedras se hallaban totalmente sin dote, regentándolas sus titulares por puro «amor patriótico». Muchas de las quejas de estos heroi cos catedráticos no desmerecerían en el glosario del hambre elaborable a base del lamento más socorrido entre el profesorado español de su tiempo. De la calidad de la formación obtenible en ella puede dar algún indicio un informe anónimo, enviado en aquellos días al Consejo por un presunto bachiller. Se pronunciaba por la reforma, en vista de los pocos frutos que en la anticuada Alma Mater cosechaban los estudiantes. Es triste —alega ba— verse, después de once años de estudios universitarios, «sin útil algu no conseguido por ellos». Con gran desenfado añadía que «todo el año son fiestas, y a la universidad no se va sino a ganar años, pero no estudio». Como remedio, sugería la pronta metamorfosis de la institución en una «universidad Carolina», que gozara de libertad de oposición, y donde hubiera más tiempo para el estudio y menos para holgar6. La expresión empleada por Olavide —«la parte más sana de la ciu dad»— revela uno de los fenómenos característicos y casi ubícuotos de aquella sociedad, no ajeno probablemente al mito posterior de las «dos España» y su origen. Es el tantas veces llamado por unos y por otros «espíritu de partido», rastreable en capas muy diversas de la vida nacional y achacado por unos españoles contra otros en incesantes dimes y diretes, y del que no estaban inmunes los mismos que más lo manejaban, utilizán dolo como arma eficaz para imponer las reformas. La fórmula del asistente deja entrever, que en aquella Sevilla, espejo variopinto de la sociedad española, había otra parte ‘menos sana', otro partido incompatible, al que era preciso eliminar. Hemos insinuado quiénes eran sus protagonistas y su mentalidad, así como también la táctica ideada 5. Ibid., ff. 129ss. 6. Ibid., ff. 104-107. El autor del informe anónimo no era exactamente un bachiller, sino, según F. Aguilar Piñal, uno de los claustrales más insignes del momento, el fundador de la Academia Sevillana de Buenas Letras, Luis Germán y Ribón, {o. c., 187).
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