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10 GERMAN ZAMORA mación de que su informe reflejaba «el deseo de la parte más sana de esta ciudad, de la que los tres firmantes somos el órgano». Efectivamente, fueron numerosos los miembros de esa sedicente parte más sana de la sociedad hispalense quienes pudieron discutir con el trío más encumbrado de ésta las reformas en cuestión. Pero varios de ellos no se habían limitado a debatirlo a puertas cerradas con los mismos, y, sin duda, de espaldas a la otra parte, la menos «sana»..., de Sevilla, sino que apelaron a la atención del conde de Aranda y de los fiscales Campomanes y Moñino. Los tres últimos meses de 1767 fueron pródigos en correspon­ dencia privada en ese sentido, antes de que la universidad emitiera su respuesta oficial a mediados de diciembre. Una de aquella personalidades eclesiásticas, aludidas por Olavide, y de las más activas, era José Cevallos Ruiz de Vargas, clérigo secular tan celoso de la instrucción de sus comparsas de sacerdocio como enemigo de la de los regulares. Además del empeño en ver floreciente su universidad, tenía otra idea fija, la de que esto sólo podría lograrse con la total expulsión de los «frailes» de ella y la prohibición a los demás de estudiar en los centros dependientes de los mismos. Hablando en nombre de su docena de títulos («como catedrático que soy de teología moral de esta universidad, censor de la Real Academia de Buenas Letras, académico de la Real Academia de la Historia de Madrid, examinador sinodal de este arzobispado, e individuo de todos los cuerpos literarios de esta ciudad»), escribía el 18 de octubre al fiscal Moñino que la enseñanza pública en una nación pertenece a la universidad y a nadie más, culpando a las órdenes religiosas de la deserción del alumnado. «V.a S.a sabe muy bien que la deserción de las universidades consistió, y aun subsiste, por los colegios de los regulares en que se enseñaba y enseña a la juventud»3. El blanco de sus tiros, por considerarlo el obstáculo más insalvable para la realización de su designio, era el célebre colegio domini­ cano de Santo Tomás. En Sevilla, como en el resto del país, los colegios de la orden de predi­ cadores constituían el bastión más sólido y cerrado de la tradición en lo filosófico y teológico. A mayor dominio de la intelectualidad local por uno de tales colegios solía responder una mayor impermeabilidad a las ideas nuevas en todo su contorno, como se demuestra en el presente estudio. El magisterio de jesuítas y agustinos, en cambio, no aparecía tan hermético 3. Ibid., leg. 5478, n. 1, f. 12. Acerca del uso y abuso del epíteto «sano» en otro contexto universitario de la España de Carlos III, puede leerse nuestro estudio sobre la reforma de la enseñanza filosófica en la universidad de Cervera ( NaiGr. 33 [1986] 31-35).

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