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LA PIEDAD BARROCA CONFRATERNA!, EN ANDALUCIA 397 tiva de la religiosidad que es la ratio essendi de las misma lleva consigo una exteriorización propicia al tal estilo. Y que la exaltación de lo con­ creto y lo particular6 que su exigida titularidad implica es igualmente ya de por sí otro elemento favorecedor de la condensación barroca. Consecuencias ineludibles son las manifestaciones concretas externas de­ rivadas de la puesta en juego del asociacionismo así alumbrado, campo abonado a su vez para el despliegue de la piedad barroca sin más; y la entrega a ésta de las mismas devociones particulares que a cada cofra­ día dan nombre y sustancia. Pensemos en las mortuorias, y cómo en torno a la muerte encontró nuestro estilo sus esplendores más desbor­ dantes 7; en las eucarísticas8; en las procesionales9. Y antes de proseguir, una justificación a las fuentes que hemos ele­ gido para esta aportación que no pretende ser mucho más que una su­ gerencia. Ante todo consisten en las reglas de las cofradías. Y una cier­ ta experiencia en este campo investigador 10, por otra parte concordante con la lógica, nos ha llevado al convencimiento de que tales normas, a 6. En este sentido diferenciador ha escrito Joaquín Romero Murube de las procesiones sevillanas: «Cada cofradía tiene su misterio eterno, absoluto, ligado a la luz, a la vida, al aire y al sentimiento de su barrio, de su calle, de su cielo. Y hay, por ello, tantas sensaciones absolutas y distintas como calles y corazones tiene Sevilla» ( Sevilla en los labios, 2.a ed., Barcelona 1943, 159-60). 7. Véase M. V ovelle , La mort á VOccident de 1300 a nos jours, París 1983, 239-364: cuarta parte, «el gran ceremonial». Para su enlace con la tradición medieval tardía S . S ebastián , Arte y humanismo, Madrid 1978, 285-286. Rafael Duque del Castillo, que citamos a propósito de las procesionales en la nota 9 (Ibid ., 23), advierte relacionando ambos conceptos que el sevillano «constan­ temente, en su visita diaria a los templos, se familiariza con la figura muerta de Dios, a través de esos divinos cadáveres». Y en el mismo sentido Romero Murube {pregón citado en la nota 5, p. 23), escribe que «ninguna ciudad co­ mo Sevilla, ningún pueblo como el sevillano conoce y trata mejor la muerte». Llegando a la conclusión terminante de que «por aquí podemos llegar a la razón de que nuestra Semana Santa sea como es». 8. Otro síntoma es el de la eliminación de toda devoción eucarística fuera de la misa en los períodos antibarrocos. 9. «El cofrade sevillano siente su alma árida, vacía, sin lograr elevarse al mundo de lo sobrenatural, cuando el ambiente que le rodea no le es propi­ cio, de acuerdo con sus propias peculiaridades íntimas y psicológicas. El ne­ cesita verter su interior espiritual a través de ese estilo propio que las co­ fradías adoptaron que es el barroco» (José Luis G ómez de la T orre , Pregón de la Semana Santa, Sevilla 1976, 55), Por su parte, el año anterior se evocaba «esa sagrada liturgia que desgraciadamente ha desaparecido ya en algunos lugares o está en trance de desaparecer en otros» (R. D uque del C astillo , Pre­ gón de la Semana Santa, Sevilla 1975, 16). 10. Manifestada en varios estudios parciales que han llegado a cogüelmo en nuestro libro Las cofradías de Sepúlveda, Segovia 1986.

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