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La piedad barroca confraternal en la baja Andalucía del setecientos Sería impertinente tratar de acotar aquí la piedad barroca. Aunque sí vamos a sugerir una motivación en la historia del senti­ miento religioso cristiano quizás determinante de la fecundidad de la misma \ Se trata de que, paralelamente a como se ha puesto de mani­ fiesto la vinculación del cristianismo 2 a la cultura por haber tenido lu­ gar su revelación a través de un libro, también su dogma de la encar­ nación redentora con la consiguiente categoría histórica y geográfica de que dota a la propia religión de que forma parte, hace propicia su propensión a la expansión de lo concreto y tangible, a su exteriorización en una palabra y, ¿por qué no decirlo?, incluso a la acumulación en su seno de las prácticas derivadas de otras tantas actitudes mentales. Acumulación cuantitativa y dispersión cualitativa, variedad de de­ vociones y adición de las manifestaciones pías dentro de cada una-adi­ ción que a veces no se queda en la mera cifra pues bien sabido es que 1. Un «sentidor» tan cualificado como Emilio Orozco, luego de hondas y largas meditaciones sobre el barroco granadino y cartujano, ha concluido por «la adecuación de este estilo a toda expresión de exaltada religiosidad» (Mís­ tica, plástica y barroco, Madrid 1977, 21). La coincidencia de los períodos de sentimiento religioso tibio con la fobia, persecutoria incluso, antibarroca es significativa. Durante el Concilio Vaticano II se rezaba el ángelus a su hora en el aula conciliar y si el día anterior había muerto algún padre conciliar se comenzaba la sesión rezando el de profanáis en su sufragio, Pues ciertos padres manifestaron su desagrado ante tales prácticas; según ellos el de pro - fundís sobraba pues el difunto ya era conmemorado en el memento de la misa, y se trataba de formas de piedad italiana. Claro está que la inexactitud de esta última apreciación resulta inocua. 2. El mismo Orozco ha sentado «no deja de ser simbólico que los afilados golpes asestados a la religión católica por la fría y acerada picota de la razón no sólo sean paralelos a los que el arte barroco recibe del neoclasicismo sino que sean a veces unos mismos golpes los que causan la doble herida. ... El hecho, es pues, claro: cuando el misticismo católico se apaga se apagan tam­ bién los últimos rescoldos de la gran hoguera del barroquismo artístico y li­ terario» (Manierismo y barroco, Madrid 1975, 48-9).

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