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386 ENRIQUE BONETE PERALES la primera experiencia ético-religiosa (la de extrañarse de la existencia del mundo) carece de sentido porque no puedo imaginarme el mundo no existiendo; y también la segunda experiencia (la seguridad absolu­ ta) carece de sentido porque es absurdo afirmar que «es físicamente imposible que ciertas cosas me sucedan». En consecuencia, los términos de estas dos experiencias ético-religiosas (pues de la tercera, el senti­ miento de culpabilidad, nada nos dice Wittgenstein) no son «usados» de un modo correcto, porque, aunque son símiles o alegorías, a la hora de describir los hechos a los que se refieren nos encontramos, dice Witt­ genstein, con que no hay tales hechos; de tal forma que «lo que al prin­ cipio parecía ser un símil resulta ahora carecer de sentido» 40. Sin embargo, aunque su formulación en el lenguaje, como se acaba de decir, sea absurda, no por ello dejan de tener un valor absoluto tales sentimientos o experiencias. ¿Y cómo unas experiencias —que en defi­ nitiva son hechos describibles— pueden tener valor absoluto? Esto es para Wittgenstein una paradoja que puede quedar resuelta si se es cons­ ciente de que un mismo hecho —experiencia— puede ser considerado de al menos dos modos diversos, de un modo «científico» o de un mo­ do «milagroso». Para explicar esta diferencia de acercamiento a los he­ chos Wittgenstein nos ofrece el gráfico ejemplo de un oyente cuyo ros­ tro se convierte repentinamente en el de un león. La sorpresa sería lo más cercano a la experiencia del milagro, mientras que el intento de estudiar y analizar el extraño fenómeno, una vez recuperados de la sor­ presa, sería lo propio de la actitud científica. Pero esto, de ninguna ma­ nera, demuestra que no haya habido milagro, pues lo milagroso de un fenómeno no está en él mismo, sino en el modo de considerarlo por quienes lo contemplan. Trasladando este ejemplo a la extrañeza de que el mundo exista lo que se puede afirmar es que dicho sentimiento nos refleja el modo de ver la existencia del mundo como un milagro, como una sorpresa. Lo que Wittgenstein, a mi juicio, nos quiere decir es que lo absurdo no es el sentimiento de extrañeza ante la existencia del mundo, pues esto es un hecho, sino intentar expresar por medio del lenguaje cualquier experiencia ético-religiosa, es decir, intentar describir su valor absoluto. Aquí está la clave del problema. Las proposiciones éticas y religiosas son necesariamente absurdas porque quieren dar a sus términos un va­ lor absoluto, cuando para Wittgenstein es evidente que sólo los térmi- 40 . Ibidem, 10 ( 23 ).

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