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342 ENRIQUE BONETE PERALES tido de que postula que la capacidad teorética del hombre en sus va­ riadas manifestaciones (abstracción, generalización, definición, crítica, conocimiento objetivo, argumentación...) posee una función destacada, si no principal o única, en los problemas éticos, pretendiendo de algu­ na manera ofrecer un fundamento a los criterios de moralidad. Ejem­ plos claros de esta tendencia racionalista en la ética podrían ser: Sócra- tes-Platón, Sto. Tomás, Spinoza, Kant, Apel y Habermas. La segunda tendencia, que podría denominarse, en sentido amplio, «irracionalista», postula, por el contrario, la incapacidad de la dimen­ sión teorética del hombre —en las manifestaciones antes indicadas— tanto para esclarecer cuestiones éticas, como para fundamentar o de­ fender criterios universales de moralidad. Es una tendencia que sitúa el mundo moral en facetas del hombre tales como la emoción, el senti­ miento, la intuición, la vivencia, la fe, la voluntad, la vida, la subjeti­ vidad... Aunque tienen que ver con la razón, ésta es considerada siem­ pre secundaria en el acceso al mundo moral. Ejemplos históricos los hay también en abundancia: Epicuro, S. Agustín, Occam, Hume, Scho- penhauer, Kierkegaard, Ayer, Sartre... Es en esta línea donde podría situarse, con importantes matizaciones, las tesis éticas de Wittgenstein. Ni que decir tiene que este esquema de las dos tendencias de la historia de la ética no es riguroso y adolece de una cierta simplifica­ ción; sin embargo, nos puede ayudar a comprender contra qué línea de pensamiento están enfrentándose directamente las ideas éticas de Wittgenstein. Vamos a ir viendo que, en definitiva, éstas —sin gran­ des modificaciones a lo largo de su obra— son un intento de atacar los supuestos que se mantienen en la primera tradición, y de arrancar de raíz, no sólo toda la pretensión de «fundamentar» racionalmente la ética, sino la posibilidad misma de hacer «filosofía» moral. Y también vamos a comprobar que este ataque a cualquier filosofía moral que en todos sus escritos puede encontrarse, proviene de los presupuestos ló- gico-lingüísticos que se desarrollan en el Tractatus, por lo que no está de más detenernos brevemente en el propósito filosófico que lo mueve a fin de que podamos ver con mayor claridad la coherencia de su «pen­ samiento» ético —si puede hablarse así refiriéndose a Wittgenstein. A la hora de averiguar qué es lo que Wittgenstein pretendía llevar a cabo con su Tractatus Logico-Philosophicus en principio no hay nada más directo que recurrir a lo que él mismo dice de su propósito en el prólogo. Allí afirma lo siguiente: «Este libro quiere, pues, trazar unos límites al pensamiento, o mejor, no al pensamiento, sino a la expresión

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