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356 ENRIQUE BONETE PERALES pensamos, cuando lo deseado no se realizara, la frustración y la desgra­ cia serían doblemente mayor que si ninguna conexión estableciéramos entre nuestra voluntad y el mundo. Por eso dirá Wittgenstein que «aunque cuanto deseáramos ocurriera, se trataría simplemente, por así decirlo, de una gracia del destino» (5.7.16), como queriendo recalcar que no depende enteramente de nosotros la satisfacción de nuestros de­ seos. Realmente, el ascetismo y la renuncia a los deseos que Wittgens­ tein propone, asemeja su concepción de la felicidad a la que la tradi­ ción estoica y cristiana han profesado: «sólo es feliz la vida que puede renunciar a las amenidades de este mundo» (13.8.16). Con lo que se ha dicho hasta el momento, se puede ya vislumbrar que lo que «está claro» para Wittgenstein es que el mundo es contem­ plado de manera distinta por el feliz, que acepta el destino, que por el infeliz, que se rebela contra él. La afirmación tractariana de que son mundos distintos, desde Notebooks significa, a mi juicio, que el hombre feliz «domina» las circunstancias, pues no desea nada distinto de lo que decide la «voluntad extraña», mientras que el infeliz es dominado por los hechos del mundo, en el sentido de que su vida es arrastrada hacia un rumbo contrario a su particular voluntad. La garantía de la felicidad está en la armonía entre mi voluntad y la ajena a mí (mundo-destino- Dios), que es lo que me hace «ver» el mundo de una manera distinta, es decir, lo convierte en un mundo feliz, aunque estuviera rodeado de miseria y sufrimientos. Sólo puedo ser feliz, parece que está diciendo Wittgenstein, si las desgracias imaginables — y reales— de mi vida no afectan ni perturban mi voluntad. Por eso se pregunta Wittgenstein: «¿cómo puede el ser humano aspirar a ser feliz, si no puede resguardar­ se de la miseria de este mundo?», y responde: «por la vida del cono­ cimiento» (das Leben der Erkenntnis) (13.8.16). Respuesta tal que ca­ be interpretar en sentido estoico, como vida obediente a la «Razón Uni­ versal», es decir, al destino o «voluntad de Dios». No se trata, eviden­ temente, de la vida de estudio en la torre de marfil, o vida teorética en sentido aristotélico, sino de la vida que no se rebela contra los sufri­ mientos inevitables que conllevan los hechos del mundo, sino que pene­ tra en ellos («mi voluntad penetra el mundo», 11.6.16) y conoce así el designio de esa voluntad extraña a mí. De tal forma que la afirmación «la vida del conocimiento es la vida que es feliz, a pesar de la miseria del mundo» (13.8.16) nos está sugiriendo que la felicidad no depende de los hechos del mundo, en cuanto tales, sino de nuestra manera de conocerlos y asumirlos, de la manera en que hacemos concordar núes-

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