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EL IRRACIONALISIMO ETICO DE WITTGENSTEIN 355 algo acabado» (8.7.16), algo que acontece sin mi consentimiento previo. Paradójicamente, mi felicidad — y creo que esto es plenamente estoi­ co— sólo es posible cuando no lucho contra el destino («del destino no puedo independizarme») ni contra los acontecimientos de mi mun­ do, pues son «la voluntad de Dios» («D ios sería en este sentido sen­ cillamente el destino, o lo que es igual: el mundo — independiente de nuestra voluntad— »). Teniendo todo esto presente no es difícil comprender que para Witt- genstein la felicidad consiste fundamentalmente en concordar con el mundo, con lo que nos acontece sin nuestra decisión personal, y que el sentimiento de felicidad sea parejo al sentimiento de «depender de una voluntad extraña». Las actitudes respecto a este sentimiento de dependencia pueden ser en esencia dos: o aceptamos y nos sometemos al devenir de los acontecimientos, o nos rebelamos y luchamos contra la fatalidad — destino/Dios— . Wittgenstein, como los estoicos, se in­ clina por la primera actitud: la felicidad se encuentra en la armonía con el mundo o con la voluntad ajena a nosotros que todo lo rige. En definitiva, y también al igual que los estoicos, la voluntad de Dios («R a­ zón Universal») se da a conocer a través de la propia conciencia («ra­ zón individual») por lo que vivir feliz es también, y esencialmente, vi­ vir de acuerdo con la propia conciencia. En este sentido asegura Witt­ genstein que «es correcto decir: la conciencia es la voz de Dios» (8.7. 16). Obedecer a la propia conciencia podría entenderse como obedecer a la voz/voluntad de Dios, lo que llevaría consigo aceptar el destino, de lo contrario la infelicidad está asegurada, pues, además de ser incon­ cebible para Wittgenstein vivir feliz rebelándose contra los aconteci­ mientos del mundo que nos vienen impuestos, resulta imposible dejar de ser lo que somos: seres dependientes de otra voluntad. Esta aseve­ ración casi «metafísica» está clara en Wittgenstein: «Sea como fuere, en algún sentido y en cualquier caso somos dependientes, y a aquello de lo que dependemos podemos llamarlo Dios» (8.7.16). Para Witt­ genstein, sólo la aceptación de esta dependencia, que podríamos llamar­ la «constitutiva», nos posibilita vivir en un mundo feliz, en el sentido de que los acontecimientos — sean cuales sean— quedan, de alguna ma­ nera, «dominados» por nuestro yo al no querer influir sobre ellos, al no desear nada distinto de lo que acontece; así escribe: «el no desear parece ser, en cierto sentido, lo único bueno» (29.7.16). Si deseáramos algo sobre el acontecer de los hechos estaríamos afirmando que nuestra voluntad puede intervenir en el mundo y orientar su devenir, y si esto

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