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LOS DESENSUEÑOS DE SAN FRANCISCO 293 vislumbrarse obstáculos y dificultades para su actividad. Los de arriba y los de abajo observan que los comerciantes y mercaderes, sin produ cir nada, se enriquecen fácil y rápidamente. Esto, además de admira ción, despierta envidias, rivalidades y recelos. Los interesados no de jan de advertir que, para no perjudicarse mutuamente y para defender se mejor de rivales y adversarios, lo mismo que para asegurar y aumen tar sus lucros, necesitan unirse. Y lo hacen. Así surgen las primeras compañías, confederaciones y hansas. Su número y su poder económico les permitirá comprar a mejores precios y vender con más facilidad y con más sustanciosas ganancias. Les facilitará igualmente el conseguir franquías más liberales y fran quicias más ventajosas para el trasiego de sus géneros. Este trasiego, sus desplazamientos frecuentes o sus asentamientos en nuevos burgos beneficiarán también a muchos otros ciudadanos y aldeanos, pues serán fuente de nuevos empleos para ellos. Hospederías, posadas, casas de comidas y pequeños talleres de reparación de vehículos o de equipajes irán surgiendo a lo largo de las rutas por ellos transitadas. Y modestos artesanos tendrán que proveerlos de utensilios, carruajes, embarcacio nes, trebejos y enseres diversos para sus negocios. También necesitarán obreros, albañiles, carpinteros, cerrajeros, que les construyan y amue- buen viviendas apropiadas, almacenes y tiendas. Y no faltarán cam bistas avispados y aprovechados prestamistas. Gracias a ellos, las ciu dades crecen y se desarrollan económicamente con una fuerza y rapidez desconocidas. Todo esto lleva como contrapeso el que el poder y el influjo social de los señores vayan mermando en la medida que van creciendo los de los burgueses. Las nuevas circunstancias obligan a los nobles y al esta mento eclesiástico a otorgar, de buen o mal grado, a los nuevos ricos ciertos privilegios y exenciones que piden o exigen. Ello permitirá a éstos el paso, poco a poco, de «minores» a «maiores». «De concesión en concesión, escribe Omer Englebert, el señor, que hasta entonces por sí mismo proveía los cargos públicos en quienes le agradaban, se vio obligado a otorgar también a los demás ciudadanos el derecho a elegir cónsules que, si bien bajo su vigilancia, dictaran leyes, rigieran la cosa pública y administraran la justicia. Así nació el municipio, a modo de nuevo señorío. Pero sujeto, como otro cualquier vasallo, al señor feu-
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