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336 ABILIO ENRIQUEZ CHILLON Madonna Pica sabía imprimir a aquellas rondas.Faltaba el hálito poé tico ysoñador que únicamente acertaba a poner en ellas el que era admirado como la «flor de la juventud». Mejor que nunca hubiera tenido su sitio aquella noche la canción de albada, que tal vez Francisco habría cantado más de una vez, y que sonaba así: «Muy breve es la noche de amor, muy presto el oriente se enalba; a los amantes ya da el claror. Grita el torrero: he aquí el alba». Aquel alba que llegaba iba a ser nueva y distinta para Francisco. Y , cuando lo hubiera despertado, tal vez hubiera podido oír en la le janía despidiente esta otra estrofa de la misma canción: «Oh, mi sueño esfumado, oh, mi vida! Todo es sin ti incoloro, nada se salva. Ay de mí que la noche es finida y el torrero otra vez grita: he aquí el alba». Francisco, descolgado del grupo tripudiante, se ha quedado atrás, solo; solo con su amor, con su sueño, con su deslumbramiento, pero también con su temor, con su inquietud y con su duda. Los Tres Compañeros nos brindan la clave de esta actitud y de es tos silencios extraños de Francisco: «Iba meditando reflexivamente. Había recibido en su interior una visita del Señor, y quedó de tal suer te enajenado que no podía ni moverse. Como los amigos miraran atrás y le vieran bastante alejado de ellos, se volvieron hasta donde él se ha bía quedado. No poco asustados y más que algo atemorizados, lo con templaban como hombre cambiado en otro. Uno de ellos le preguntó: ¿En qué pensabas?... ¿Es que piensas, acaso, casarte? A lo cual con testó vivamente: Decís verdad, porque estoy pensando en tomar es posa tan noble, tan rica y tan hermosa como nunca habéis visto otra. Pero ellos lo tomaron a chacota. El, sin embargo, no lo dijo por sí, sino inspirado por Dios; porque la dicha esposa fue la verdadera reli-
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