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334 ABILIO ENRIQUEZ CHILLON ticuatro años! por este sombrío personaje. Cierto que una vez más en esta ocasión, Francisco mantiene el tipo de su talante caballeresco in- derrotable. Pero no es menos cierto que por cuarta vez el desensueño cerraba el paso, amargamente inexorable, a sus ensueños. Ahora, con éste, se iniciaba la crisis definitiva de su vida. No era todavía su con versión, pero en la ermita a ella consagrada repicaban a vísperas. Q uinto d e sen su eño El cuarto desensueño fue seguramente el más amargo, el más do loroso y el más desolador de los sufridos por Francisco antes de su conversión. Pero no iba a ser el último en esta fase de su vida. Después de su vuelta a Asís desde Espoleto, a pesar del buen talante mostrado al exterior por el hijo de Barnardone, en su vida se produjo un angus tioso compás de espera. La explicación de aquel sueño que se le había prometido recibir a la vuelta a su patria no llegaba. En su interior se había entablado una dura lucha entre la esperanza y la duda. ¿Habría sido víctima de una alucinación? Mientras, volvía a sentir en sus venas todo el ardor de su sangre juvenil. Este hervor y el no saber qué hacer ni a qué carta apostar le quemaban impaciencias. Y, por si esto fuera poco, sus aún no lejanos compañeros volvían a instarle a reanudar las anteriores costumbres de justas poéticas, de juergas, de francachelas y de rondas nocturnas. Fue se por éstas u otras causas desconocidas, el hecho fue que Francisco volvió a entregarse a los encantos de la vida alegre y confiada de la juventud asisiense. Celano, con un deje de reproche, nos lo cuenta: «De regreso ya en casa, le siguen los hijos de Babilonia y lo llevan, contra su gusto, a cosas contrarias a la orientación que había toma d o »82. Poco tiempo después de su vuelta de Espoleto, iba a caer una de las fiestas que los «tripudiantes» de Asís solían celebrar con las más ruidosas diversiones y las tambarrias más atrevidas. Sin discrepancias resolvieron invitar, ¿por qué no?, a Francisco. Era una manera de probar su nueva disposición de ánimo. Pero sobre todo, les alentaba la esperanza —a ello estaban acostumbrados— de que su juerga y co milona les saldría gratis. No sin cierto deje de amargura y de ironía, el moralista Celano lo asegura: «Un grupo de jóvenes... lo busca toda vía para invitarlo a comidas de cuadrilla... Lo nombran jefe, por la 82. 2C 7.
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