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330 ABILIO ENRIQUEZ CHILLON su ambición y vanidad de rico mercader, viendo a un hijo suyo en ca­ mino de armarse caballero y de alcanzar la nobleza. Por ello, no esca­ timó recursos para que su hijo adquiriera el mejor caballo, las mejores armas, los mejores arneses y el vestido más deslumbrante. Si su madre, presumiblemente, lo vería irse con alegre pena; su padre, en cambio, lo haría con la más gozosa de las satisfacciones. Ya tenemos a nuestro aspirante a caballero caminando ilusionado, estrenando canción y entresoñando aventuras, rumbo al logro de su ideal. Es posible que, como buen cristiano, hiciera un alto en su cami­ nar para rendir cortesía piadosa al glorioso mártir San Sabino en el santuario a él dedicado entre Asís y Espoleto. Era costumbre que los caballeros del contorno que emprendían alguna decisión de armas vi­ sitaran este templo, donde se veneraban las reliquias del santo, para implorar del héroe glorioso valentía como la suya y protección en los peligros. Asís veneraba a San Sabino como a uno de sus principales protectores. Francisco, piadosamente, desceñiría su espada y la pondría, hincado de rodillas, sobre el altar, esperando que el santo se la bendi­ jera. Oraría devotamente — en una minivela de armas— , luego volve­ ría a ceñírsela y, saliendo, reemprendería su marcha. En su primera jornada, camino de la gloria y de la fama, Francisco llegó a Espoleto, la antigua y ufana capital del valle de su nombre. En ella se dispuso a pernoctar. Aquella noche fue la más luminosa y deci­ siva en la vida del Poverello. Sus tinieblas se convirtieron en luz para él e iluminaron para siempre su camino. Desde la hondura callada de su sueño, una voz misteriosa le preguntó adonde se dirigía. Y, «como él le contara su decisión de ir a la Apulia a hacer armas, la voz insistió en interrogarle: ¿quién te puede favorecer más, el siervo o el señor? El señor, respondió Francisco. Y la voz: ¿por qué buscas, entonces, al siervo en lugar del señor? Francisco replica: ¿Qué quieres que ha­ ga, Señor? Y el Señor a él: Vuelve a tu patria, porque yo haré que tu visión se cumpla espiritualmente» 77. La reacción-respuesta de Francisco, como solían serlo las suyas, fue inmediata: obedecer lealmente. Como un caballero cabal, someterse al mandato del señor, acatarlo y volver a Asís. ¿Pero cómo? Dios — para él no había duda que era su voz la que había oído— le había hablado como caballero, con cortesía y amabilidad. Estas cortesía y amabilidad lo convencen, porque un caballero se deja convencer fácilmente cuando 77. 2C 6; LM I, 3; TC 6; AP 6.

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