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328 ABILIO ENRIQUEZ CHILLON de la depresión psíquica en que se había visto sumido después de su enfermedad y de las nieblas que le impedían ver con claridad el hori­ zonte de su futuro. La caballería no sólo colmaba sus ansias de nobleza y de grandeza, sino que empezaba a ver también en ella el medio de li­ beración de actitudes egoístas, de las vulgaridades y de la podredum­ bre de la vida que hasta entonces le había rodeado. La caballería de momento inundaba su espíritu de paz luminosa, incitaba su voluntad a lo bueno, a lo noble, a lo bello. Lo elevaba del ras de la tierra y lo lanzaba a las alturas de lo ideal, de lo ideal caballeresco, desde luego: «mi alma para Dios, mi vida para el rey, mi corazón para mi dama, mi honor para mí». Francisco abrigaba la firme esperanza de que cuando concluyera felizmente aquella expedición sería armado caballero, como recompensa a sus méritos, por aquel noble asisiense o quién sabe si por el propio Gualterio de Brienne70. ¡Qué fascinante bullía en su mente juvenil la idea de recibir la investidura y la «pescozada» tras haber velado las armas, oído la misa y prestado el juramento de poner la espada al ser­ vicio de Dios y en defensa de los oprimidos! Y, al recibir el abrazo del padrino, escuchar las palabras solemnes, como las de una consagración: «En el nombre de Dios, de San Miguel y de San Jorge, te hago caba­ llero. Sé valeroso, intrépido y leal» 71. Un sueño, tenido poco antes de tomar esta resolución, en el que había visto un gran palacio —Celano dice que fue su casa — 72 colmado de armaduras, cascos, arneses, escudos, espadas y lanzas; y en el que había oído una voz misteriosa asegurándole que todos aquellos arreos y hasta el mismo palacio estaban destinados para él y los suyos 73, le pareció un oráculo sobre su destino. Lo interpretó como una confirma­ ción por parte del cielo de que, efectivamente, su vida y su destino estaban ligados a la profesión de la Caballería. Tanto fue así, que, se­ gún Celano y los Tres Compañeros, lleno de gozo, prorrumpió en esta triunfal y jubilosa exclamación: «Ahora conozco que llegaré a ser un gran príncipe» 74. Y, sin esperas, como deben tomarse las grandes reso- 70. Ni Francisco ni Gualterio vieron el fin de aquella expedición. Francis­ co por lo que aquí se dice y Gualterio porque murió de resulta de las heri­ das que recibió asediando el castillo de Sarao. 71. Fórmula de un ritual antiguo. 72. 1C 5; pero en 2C 6 dice que vio un suntuoso palacio. 73. 1C ibicL 74. TC II, 5.

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