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LOS DESENSUEÑOS DE SAN FRANCISCO 327 La gracia divina, con su obrar callado pero eficaz, iba logrando a su ritmo la obra transformante del alma del Poverello por medio del sufrimiento. A su vez, el alma delicada y agradecida de Francisco em­ pezaba a intuir que la senda de subida a Dios pasa, antes o después, por la posada del dolor. De momento, él quedaba demorado en ella en respetuoso silencio. Porque «el silencio es el último recurso del alma, en las dichas más grandes como en los abatimientos supremos» (Bou- gaud). Quizás entonces pensó también por vez primera que la capaci­ dad de llegar a realizar los más altos ensueños la da el sufrimiento. C u a r t o d e se n su e ñ o El talante caballeresco de Francisco —lo había probado asazmen- te— era indomable, como eran insaciables sus apetencias de glorias mundanas. No bien repuesto todavía de su reciente enfermedad, volvió a tentarle la salida a una nueva aventura caballeresca. Esta vez de más altos vuelos. Por aquellos días la lucha entre el papado y el imperio había tomado en gran parte de las comarcas italianas el carácter de cruzada. La decisión de Francisco de tomar parte en ella fue fruto de uno de los prontos fulgurantes de su carácter primario e impulsivo. Un noble caballero asisisiano estaba organizando una expedición y pro­ yectaba ir con ella para ponerse a las órdenes de Gualterio de Brienne, adalid de la causa pontificia, al servicio de Inocencio III. Las proezas del nuevo héroe, ya casi legendarias, corrían de boca en boca por toda Italia. En poco tiempo se había convertido en el ídolo de la juventud soñadora antigermana. Trovadores provenzales e italia­ nos celebraban sus hazañas tan ditiràmbicamente como otros poetas habían ensalzado las del rey Artus, las de Carlomagno o las de Parsifal. Y los juglares se encargaban de llevarlas de pueblo en pueblo, de cas­ tillo en castillo y de ciudad en ciudad. Enrolarse en esta expedición significaba para Francisco sólo el punto de partida para realizar sus sueños. Más tarde, ¿quién sabe?, tal vez pudiera él, armado ya caballe­ ro, organizar su propia mesnada y marchar con ella a la gran empresa de entonces, la Cruzada, para rescatar los Santos Lugares en los que Cristo había llevado a cabo la redención. Por aquel entonces el sueño de verse un día armado caballero aca­ paraba los anhelos, las aspiraciones y los afanes todos de Francisco. La caballería era ya su mundo y el verse caballero su próxima meta a conquistar. Ella era la fuerza mágica que había conseguido excarcelarlo

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