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326 ABILIO ENRIQUEZ CHILLON tación y juzgaba muy necios a quienes amaban tales cosas» 66. Creo que el bueno de Celano sufre en esta última frase un lapsus memoriae. Francisco volverá a amar más y mejor tales cosas y no le parecerá necio. Lo más seguro es que Francisco volviera a su casa cargado de des­ ilusión y de melancolía preguntándose el porqué de aquel cambio. Tu­ vo que parecerle sobremanera extraño. Cuando un alma tan sustancial y vivencialmente poética como la suya no vibra al contacto con la be­ lleza hay que concluir que algo muy raro se ha introducido en ella. Ese algo era cabalmente el desensueño. No era la naturaleza, que seguía siendo bella, lo que había cambiado, sino él. Pero «cuando el mundo interior, como observa Doornik, se transforma, cambia también la ima­ gen del mundo exterior» 67. Cuando Francisco recobre la serenidad de espíritu, la tranquilidad del alma y la alegría del vivir, volverá a vibrar agudamente al contacto con todas las cosas bellas. Entonces sus ojos, transformados ya por la luz interior y purificadora de la gracia, más aún, por la presencia en él del Autor de esa luz y de esa gracia, las verán tan hermosas, tan atractivas y deslumbrantes que el mejor calificativo que encontrará pa­ ra caracterizarlas, el mejor piropo que se le ocurrirá para alabar su be­ lleza y para entrar en contacto poético y vivencial con lo íntimo de su ser será el de «hermanas». Hasta entonces, Francisco llevará clavado el aguijón espoleante de la inquietud y el del desensueño desasosegador, el de la melancolía y el de la nostalgia en el sentimiento más vivo de su alma. San Buena­ ventura nos da la clave para comprender el estado de ánimo del Será­ fico Padre en la convalecencia de su enfermedad. «No había aprendido aún a contemplar las realidades del cielo ni se había acostumbrado a gustar las cosas divinas. Y como quiera que el azote de la tribulación abre el entendimiento al oído espiritual, de pronto se hizo sentir sobre él la mano del Señor» 68. Y poco después nos descubre el porqué pro­ videncial de su enfermedad y la finalidad de su desensueño: «La dies­ tra del Altísimo operó en su espíritu un profundo cambio, afligiendo su cuerpo con prolijas enfermedades para disponer así su alma a la unción del Espíritu S an to »69. 66. 1C II, 3. 67. N. G. van D oornik , Francisco de Asís, Profeta de nuestro tiempo, San­ tiago de Chile 1978, 28. 68. LM I, 2. 69. LM ibid.

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