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LOS DESENSUEÑOS DE SAN FRANCISCO 325 el hondón más solitario de su ser y no lo dejará de sentir hasta su en cuentro con la verdad. Podrá volver —y volverá de hecho cuando con valezca— a su vida de disipación y aturdimiento. Pero la inquietud le tendrá ya siempre en vilo desasosegante hasta su encuentro definitivo con la Verdad —escrita con mayúscula— y su descanso en ella. Su co razón y su mente seguirán acusando en él una extraña sensación de insatisfacción de sí mismo y de su propia vida. ¿No habrá posibilidad de cambiar? ¿No será conveniente ese cambio? Algo en su interior le grita que sí, pero otro algo le impide el paso todavía 63. Siente también e igualmente le desasosiega otra sensación no me nos extraña: la vida a su alrededor sigue su ritmo sin él. Su padre, no muy preocupado, al parecer, de su enfermedad, sigue viajando, com prando y vendiendo telas. Sus amigos siguen divirtiéndose y rondando a las muchachas, algunos, por los que no deja de sentir cierta envidia nostálgica, se han ido a la Apulia a combatir por el Papa contra el Im perio. El sol sigue saliendo cada mañana renovado y esplendente. Las auroras siguen siendo sonrosadas y bellas. Las rosas siguen abriéndose, alegrando y perfumando el ambiente. Las aves siguen cantando, sem brando el aire de alegrías y de armónicas bellezas no aprendidas. El también sigue, pero cosido a su dolor y devorando soledades. Sólo el cariño envolvente y solícito de su madre embalsamaba de se dantes dulzuras aquella su habitación ocupada totalmente poi su tedio sa enfermedad. Cuando ésta, por fin, empezó a ceder, su desensueño experimentó un aumento de fuerte densidad. En cuanto sus fuerzas le permitieron tenerse en pie y poder pasear un poco con la ayuda de un bastón 64 intentó extender la convalecencia a su decaído ánimo ponién dose en contacto con la bella naturaleza que en exuberancia primaveral rodeaba a su querida Asís. El celanense añade que la contempló con más avidez que nunca. Pero... Con amarga desilusión experimentó que su alma no vibraba a su contacto. «Por un extraño fenómeno, escribe Julien Green, aquel ena morado de la luz, de los prados de matices delicados, de los bosques de verde todavía incipiente, conoció la desolación y la indiferencia»65. Celano es más explícito: «Ni la hermosura de los campos, ni la fron dosidad de los viñedos, ni cuanto de más deleitoso hay para los ojos pudo en modo alguno deleitarlo». «Maravillábase de tan repentina mu- 63. IC II, 4. 64. IC II, 3. 65. J. G reen, o . c ., 63.
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