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324 ABILIO ENRIQUEZ CHILLON rá— con el poeta: «Es tan grande el bien que espero / que el sufrir me es placentero». El dolor, el sufrimiento provocarán en él una crisis anímica saludable. Esta crisis no lo abocará, sin embargo, al borde del pesimismo ni menos al de la desesperación porque «el pesimismo no consiste en estar cansado del mal, sino en estarlo del bien, como la desesperación no estarlo del sufrimiento, sino de la alegría» (Chester- ton). Y Francisco nunca se cansó del bien ni de la alegría. Creo que él también, como Shelley, presintió que si se desplomaba sobre las espi­ nas de la vida, sangraría. Si los sufrimientos de la cárcel habían entrenado a Francisco en la reflexión sobre la vida y su sentido, los de su enfermedad lo dejaron ya en forma. Empezó a pensar que no todo ni siempre en la vida —ni siquiera a los veintidós años— es de color de rosa. Su propio sufri­ miento le hizo ver más claro y lacerante el sufrimiento de los demás, cosa en la que hasta entonces no parece hubiera pensado demasiado61. Fue descubriendo que son muchos los seres humanos atenazados cons­ tantemente por el dolor físico, o por el desgarro moral, o por la mise­ ria. Y esto le hizo pensar que la vida alegre y confiada, de juergas y despilfarros, que había llevado hasta entonces, no podía ser, de ningún modo, la más agradable al Padre Dios, cuando había tantos hijos suyos padeciendo necesidad. Celano asegura que «se volvió más compasivo con los pobres y decidió no apartar los ojos del necesitado que al pedir invocase el amor de Dios» 82. Una vez más el desensueño apareció en su vida. Ahora, sembrando la inquietud en su espíritu. Más aún, consiguió que esa inquietud se apoderase de él. Sabemos que la inquietud no puede convertirse en huésped permanente dentro del ánimo. Su naturaleza es de trance. Por eso el hombre no puede afincarse establemente en ella. La inquietud, con todo, puede ser saludable. Por su modo de ser produce desasosiego, y el desasosiego, por el suyo, impele a la búsqueda de la quietud, que es el estado normal para el espíritu. Pero la inquietud humana, que ra­ dica de modo especial en la mente al no ver claro un problema o su solución, sobre todo el problema crucial del futuro, sólo llega a desapa­ recer cuando esa mente encuentra la verdad. Este es precisamente el único bien que puede producir la inquietud: ponernos en el camino de la verdad y posibilitarnos su encuentro. Francisco llevará clavado desde ahora el aguijón de la inquietud en 61. 1C ibid. 62. 2C II, 5.

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