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322 ABILIO ENRIQUEZ CHILLON en pecados y la lúbrica edad lo arrastraba desvergonzadamente a satis­ facer deseos juveniles e, incapaz de contenerse, era incitado con el ve­ neno de la antigua serpiente, viene sobre él repentinamente la vengan­ za; mejor, la unción divina, que intenta encaminar aquellos sentimien­ tos extraviados, inyectando angustia en su alma y malestar en su cuer­ po, según el dicho profético: «H e aquí que yo cercaré tus caminos de zarzas y alzaré un Muro» 58. Y así, quebrantado por larga enfermedad, como ha menester la humana obstinación, que difícilmente se corrige si no es por el castigo, comenzó a pensar dentro de sí cosas distintas de las que acostumbraba» 59. Menos tonante, el Seráfico Doctor expone: «Ignoraba todavía los designios de Dios sobre su persona, ya que, volcada su atención — por mandato del padre— a las cosas exteriores y arrastrado además por el peso de la naturaleza caída hacia los goces de aquí abajo, no había apren­ dido aún a contemplar las realidades del cielo ni se había acostumbrado a gustar las cosas divinas. Y como quiera que el azote de la tribulación abre el entendimiento al oído espiritual, de pronto se hizo sentir sobre él la mano del Señor y la diestra del Altísimo operó en su espíritu un profundo cambio, afligiendo su cuerpo con prolijas enfermedades para disponer así su alma a la unción del Espíritu Santo» 60. No vamos a negar la posibilidad de un envío amoroso por parte de Dios bajo la forma de una enfermedad, pero opino que no es adecuado achacar a una intervención personal de Dios lo que tiene una explica­ ción perfectamente lógica y racional en causas naturales. Es evidente que la enfermedad de Francisco se explica naturalmente a satisfacción por las circunstancias apuntadas de su prisión en Perusa. Lo que sí admito —-y de muy buen grado— es que Dios se valiera de la enfer­ medad natural del descaminado hijo de Bernardone para cumplir en él sus designios providenciales. Es táctica bien conocida de Dios la de extraer bienes de los males, reales, o que a nosotros nos lo parecen. Lo que sí se deduce claramente de lo escrito por ambos sus bió­ grafos es que los efectos de su enfermedad no sólo los acusó su cuerpo, sino que también su espíritu se resintió de sus zarpazos. El tedio, la soledad forzada, el abatimiento ante la comprobación palpable de su inutilidad física, cayeron demoledores sobre su ánimo. Lo vamos a comprobar enseguida. Cierto que no lograrán abatírselo radicalmente 58. Os 2, 6. 59. 1C 3. 60. LM I, 2.

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