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320 ABILIO ENRIQUEZ CHILLON Reviste toda la frescura y todo el encanto de una florecilla la si guiente anécdota narrada por Celano: «Algunas veces hacía también esto: la dulcísima melodía espiritual que le bullía en el interior, la ex presaba al exterior en francés (provenzal) y la vena del susurro divino que su oído percibía en lo secreto rompía en jubilosas canciones. A ve ces — yo lo vi con mis ojos— tomaba del suelo un palo y lo ponía so bre el brazo izquierdo; tenía en la mano derecha una varita con una cuerda de extremo a extremo, que movía sobre el palo como sobre una viola; y, acompañando a todo esto ademanes adecuados, cantaba al Señor en francés» 51. Como al Salmista, en sus arrebatos de alegría o de dolor y en sus transportes místicos de agradecimiento al Creador, «le brotaban del corazón» 52 bellos poemas poético-musicales que colgaba en los oídos de los vientos o acompañaban las soledades sonoras de la noche. ¡Lás tima que tanta belleza poético-musical se perdiera irremediablemente para la posteridad! Quizás no acertó a expresarlo tan bellamente, pero me figuro que el Poverello sintió infinidad de veces en lo más profundo de su sensibilidad este bello párrafo de Niño Salvaneschi: «Nosotros no somos más que una nota musical que busca la armonía universal que hemos perdido. Pero todo corazón sabe cuál es el motivo de su propia canción. Y en esta romántica filosofía musical, la tarde halla la belleza del último canto. Solamente la tarde puede dar a su sinfonía la dignidad del final. Pero la tarde anuncia siempre el milagro de una au rora. Y sabes que la belleza y la armonía operan en ti el milagro pe renne de la inspiración» 53. Sus biógrafos primitivos nos lo presentan con frecuencia entregado vitalmente al canto como alimento de su espíritu y explosión de su vi talidad ju v e n il54. E l canto era también su refugio y desahogo en los momentos cruciales de luchas interiores o de sufrimientos anímicos o corporales. Y lo era especialmente en sus situaciones de distensión des pués de alguna brega de acción intensa de su espíritu. Tal sucedió después de la escena estremeciente e insospechada en que se despojó de todos sus vestidos para devolvérselos a su padre ante los ojos ató nitos del Sr. obispo y de las miradas estupefactas de una numerosa con currencia. «Cubierto de andrajos el que tiempo atrás vestía escarlata, 51. 2C 127. 52. Salmo 44, 1. 53. Niño S alvaneschi , Saber sufrir, Barcelona 1953. 54. Ej. AP 15, y otros.
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