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m ABILIO ENRIQUEZ CHILLON cuerdo para Dios. Porque «los sueños, sueños son»; pero, a veces se convierten en la más satisfactoria realidad. T e r c e r d e s e n su e ñ o Francisco volvió a Asís. Pero, ¿cómo volvió? Con el cuerpo seria mente averiado, con su salud gravemente amenazada por una acechante enfermedad. Sin embargo, la alegría de verse de nuevo en la casa pa terna, la emoción de volver a sentir de cerca el cariño, los cuidados y el desvelo de su madre y la euforia de encontrarse otra vez en su que rida Asís, entre sus amigos y admiradores, entre los cultivadores de la «gaya ciencia» y de la música, a la luz espléndida del sol umbro y a las caricias reconfortantes de los aires del Subasio, parecían haber obrado en él una especie de milagro. El milagro de una rápida curación del lamentable estado de salud con que había regresado de la lóbrega cár cel de Perusa. Excusado está decir que su ánimo retornó tan derecho y enterizo como la mañana del día en que cayó prisionero. Por eso no tiene nada de extraño que sus sueños caballerescos volvieran a entorbellinarlo y a embriagarlo. En realidad estos sueños no lo habían abandonado nunca o, por decir mejor, Francisco no había nunca renunciado a ellos, ni en las lobregueces de la cárcel ni a pesar de la derrota dolorosa y humillan te de Collestrada. Al contrario. Queda registrado en el desensueño an terior una especie de maduración en el proceso formativo de su perso nalidad durante los meses de su cautiverio. Y una de las cosas que ma duraron en él fue —me atrevo a insinuarlo— su indesistible ideal ca balleresco. Algo de esto me parece que da también a entender el P. Felder cuando escribe: «Todo es caballeresco en este escudero: caballeresco su paso honroso por su ciudad natal; caballeresco su buen humor, su "gaya ciencia” en medio de los tormentos de la cárcel; caballeresca su absoluta confianza en grandes hazañas posteriores y veneración en el mundo; caballeresco su comportamiento con los compañeros de cauti verio y en especial su mansedumbre y magnanimidad con aquel indivi duo odioso. Hidalgo a carta cabal, sólo le faltaba recibir el espalda razo para entrar en el estado de caballero»47. Esto, a mi vez, equivale a decir que su preparación para ese espaldarazo —último acto en la investidura del nuevo caballero— podía darse por terminada. 47. H. F e ld e r, o . c ., 37.
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