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LOS DESENSUEÑOS DE SAN FRANCISCO 317 tacada personalidad. El sufrimiento, la espera angustiosa y la soledad prolongada resultan otros tantos factores altamente eficaces y benéficos de la maduración humana. Algo de esto supo siglos después de Fran­ cisco, ensoñador de caballerías, el más feliz creador de caballeros an­ dantes de cuantos en el mundo han sido, nuestro inmenso Cervantes. Tal vez por entonces empezó también Francisco a tomar conciencia del papel tan importante que desempeñan las circunstancias ambientales en la configuración del propio yo. Pero más allá de toda maduración intelectual, moral y religiosa, más allá de todas las circunstancias vitales del hombre, e incluso más allá del propio hombre —en este caso Francisco— y desde luego con una más decisiva eficacia que todo ello, hay una fuerza, un agente in­ manente al luchador y soñalor de Asís y al encarcelado de Perusa, que va disponiendo sucesos y entornos para ir labrando, según sus desig­ nios, la extraordinaria personalidad humana y mística que llegará a ser el Francisco de mañana. Este agente tiene un nombre ante el que todo lo humano y lo celestial se rinden, porque su potestad está por encima de todo ello: se llama Dios. No resisto a la idea de parangonar a dos soñadores, trocados en otros seres por sus desensueños: Francisco y Segismundo. En ambos el sueño y el desensueño parecían jugar a la posesión de sus respectivos espíritus. En ambos parecían resonar una y otra vez las tres célebres palabras del Príncipe polaco: «Soñemos, alma, soñemos». Segismundo sueña dormido en una lóbrega cárcel y se desensueña despertando en un palacio suntuoso. Francisco sueña despierto en el bello palacio de una vida alegre y regalada, y se desensueña durmiendo en un horrendo calabozo. El desensueño palaciego y halagante de Segismundo termina con un nuevo sueño amargo en la inhumana cárcel de su torre, aunque por poco tiempo, supiera o no que despertaría de él. El desensueño de Francisco, fraguado en su cárcel inclemente de Perusa, terminará en su libertad más completa y duradera. Ese desen­ sueño le repetirá una y otra vez a lo largo de su vida: «¿quién por vanagloria humana / pierde una divina gloria?». Uno y otro, Francisco y Segismundo, volverán a soñar, «porque al fin la vida es sueño». El nuevo desensueño, con el que topa Segismundo en la inhumana reali­ dad de su mazmorra, hará de él un despierto cuerdo para el resto de su vida, porque ese desensueño le ha enseñado «que toda la dicha huma­ na, / en fin, pasa como un sueño». El nuevo soñar despierto de Fran­ cisco hará de él un loco incomprensible para el mundo y un inmenso

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