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314 ABILIO ENRIQUEZ CHILLON lado de los perusinos, se tomaban la revancha. La tristemente célebre «vendetta» era ley de guerra admitida entonces como lícita. Algo mejor suerte les cupo a los caballeros. De éstos, los que no sucumbieron en el combate fueron hechos prisioneros y, a la espera de un pingüe rescate, conducidos a las cárceles de Perusa. A una de ellas fue a dar con sus huesos nuestro aspirante a caballero, el joven Fran­ cisco. Piadosamente — con miras marcadamente apologéticas— los Tres Compañeros escriben: «Como era noble por sus costumbres, lo tuvie­ ron {los perusinos) junto con los caballeros» 39. Respetemos este juicio indulgente de sus biógrafos. Sin embargo, de lo que no cabe duda es que Francisco era bien conocido en Perusa y mucho más todavía su padre, el riquísimo pañero de Asís. Precisamente en una de sus fincas «por uno de los caprichos del destino» 40 se había librado lo más en­ carnizado de la batalla. Los perusinos esperaban, pues, con buen fundamento, que quien había podido gastar sus buenos cuartos en la compra del caballo y del lujoso equipo de su hijo, mejor dispuesto estaría a gastárselos en su rescate. El camino más llano para sacárselos sería retener a Francisco entre los caballeros. En consecuencia de ello nuestro joven soldado tuvo que pasar doce interminables meses en un lóbrego, inhóspito e insalu­ bre calabozo perusino. «Hoy — escribe Monseñor Felder— apenas po­ demos figurarnos lo que esto significaba. Las penas de cárcel eran en aquellos tiempos extraordinariamente duras. Se trataba a los presos, en especial a los políticos y militares, con bárbaro rigor. El mero recuento de tales torturas produce escalofríos. Sometían a los prisioneros al tor­ mento, los cargaban de cadenas, los encerraban en mazmorras subterrá­ neas... En el mejor de los casos, yacían amontonados en estrechos y sucios recintos, aherrojados y expuestos a privaciones sin cuento»41. Chesterton insinúa la existencia de un traidor como la causa más determinante de la captura o rendición de los caballeros de Asís. Y sus sospechas apuntan a una persona concreta. «Tengo por más probable — escribe— que debió de originar el desastre algún motivo de traición o cobardía; pues refieren que entre los cautivos había uno con quien, aun en prisión, desdeñaban juntarse sus compañeros; y cuando esto sucede en tales circunstancias, es porque la vergüenza militar de la ren- 39. TC II, 4, 40. J. G reen , o . c ., 59. 41. H. F elder , o . c ., 35-36.

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