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306 ABILIO ENRIQUEZ CHILLON uno ae los hombres más complejo y original que la historia haya cono­ cido: soberano y «condotiero», generoso y cruel, poeta y diplomático, refinado gozador de placeres y pensador penetrante de los más arduos problemas del espíritu» 23. Estos dos personajes no sólo compartieron la fortuna de haber sido bautizados en la misma pila bautismal, sino que, andando el tiempo, se repartirían la gloria re haber sido los iniciadores de la poesía lírica italiana en lengua vulgar, uno en Toscana y el otro en Sicilia. Parece que, aunque con poca diferencia temporal, Francisco precedió a Fede­ rico en conquistar esa gloria. El bautismo del hijo del emperador revistió en Asís un boato im­ ponente. La catedral estrenó nuevas galas. Los canónigos, revestidos de flamantes capisayos, y el obispo Güido, de ostentoso pontifical, es­ peraban en el pórtico catedralicio, rodeados de casi toda la población asisiense, niños, jóvenes, maduros y ancianos. En el cortejo destacaban infinidad de damas ataviadas con rutilantes y costosas vestimentas, des­ lumbrantes de belleza e irradiantes de perfumes exquisitos. Los quince obispos y cardenales lucían sus espléndidas sotanas y alargados mantos púrpura y morados. Príncipes, nobles y caballeros en gran número exhibían sus trajes de gala, vistosos y llamativos. Sus espuelas de oro y sus espadas de plata destellaban al sol y tintineaban en el empedrado. La ceremonia litúrgica resultó pomposa. Los sagrados ritos, pausa­ dos, solemnes, hieráticos, se iban desgranando uno a uno como cuentas de marfil. Por fin, las aguas bautismales, resbalando de una concha de plata, cayeron nítidas sobre la cabeza de la criatura y la dejaron con­ vertida en hija de Dios. Los ojos negros y profundos de Francisco fotografiaron la escena y ésta, con toda su esplendidez, con todo su brillo y con toda su belle­ za deslumbrante, impresionó mágicamente su retina y quedó indele­ blemente grabada en su fantasía. Ni qué decir tiene que sus miradas más insistentes y escrutadoras iban, una y otra vez, de los príncipes a los nobles y de éstos a los caballeros. ¿Podría él, algún día, asistir a una ceremonia semejante, con su traje de gala, sus espuelas de oro y su espada reluciente? ¿Cuál sería su sueño aquella noche? Porque so­ ñar, seguro que soñó. Quizás fuera ésta la primera vez que soñó en ser caballero. Y después de ésta seguirían otras muchas. Aunque quizás fuera 23. A. Fortini, ibid.

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