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LOS DESENSUEÑOS DE SAN FRANCISCO 305 de trovador como de caballero. Porque él seguía soñando. No parecía si no que el hijo de Madonna Pica y de Pietro Bernardone hubiera na­ cido para soñar. Lo cierto es que a sus veinte años era ya un soñador empedernido. Realmente, a esa edad, parece imposible vivir y no so­ ñar. Si no, ¿cuándo? Tal vez no sea temerario aventurar que sus primeros ensueños ca­ ballerescos pudieron haber empezado a aflorar en su fantasía la tarde que presenció en la Catedral de San Rufino de su ciudad natal el bau­ tizo del niño que, con el tiempo, llegaría a ser conocido con el nombre de Federico II, emperador del Sacro Romano Imperio Germánico. Lo recibió precisamente en la misma pila bautismal donde el hijo del mer­ cader lo había recibido trece años antes. Parece verosímil que su ima­ ginación de preadolescente quedara, más que impresionada, deslum­ brada por el fasto y el lujo que el cortejo imperial exhibió en al cere­ monia religiosa. La emperatriz Constanza, madre del niño, se sintió próxima al parto cuando atravesaba la campiña espoletana camino de Sicilia, donde pen­ saba reunirse con su esposo Enrique VI. Julien Green escribe: «La em­ peratriz hubo de detenerse en Jesi donde dio a luz a un niño en una tienda de campaña montada a toda prisa en la plaza del pueblo»21. Fortini, sin embargo, sostiene que fue en Asís, en la Roca Alta, donde nació Federico II. Se basa para ello principalmente en la «crónica» de Alberto Stadense que en aquella ocasión formaba parte dei círculo de Conrado de Urslingen —más tarde ingresó en la Orden Franciscana— e incluso parece que tenía cierta relación de parentesco con el propio emperador. El tal Alberto, en su crónica citada en latín por Fortini, dice tex­ tualmente: «Año del Señor 1195. Al emperador Enrique le nació un hijo en la ciudad de Asís, en la noche precedente a la dormición (fiesta) de Juan Evangelista (26-27) de diciembre. Y estando presentes 15 en­ tre obispos y cardenales, fue bautizado y llamado Federico» 22. Y aña­ de Fortini: «Así, uno de los antiguos biógrafos de San Francisco no dejó de poner de relieve la singularidad del caso que había hecho nacer en la misma ciudad en que se abría a la revelación el alma sedienta de luz del nuevo Redentor, y aquella otra del que debe ser considerado 21. J. G reen , o . c ., 32. El autor es novelista y , a mi parecer, ha novelado un tanto el hecho. Con todo no es el único que defiende el nacimiento de Fe­ derico II en Jesi. 22. A. F o rtin i, o . c ., t. I, 135.

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