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304 ABILIO ENRIQUEZ CHILLON humana se había esfumado ante sus ojos desengañados, como las volu­ tas de humo de una hoguera de esperanzas definitivamente extinguida. Una oligarquía de plutócratas, deshumanizada, se ha hecho ahora con el poder y comparte y reparte prebendas a su antojo, pero sólo entre los de su clase y los de su parentela. Ni por un descuido suelta sus rien­ das. Se ase furiosamente a los puestos de mando y se apoltrona en sus sillones confortables de manera inconmovible. La masa, el pueblo tra­ bajador y sufrido, cumplida su misión de tonto útil, volvió a verse su­ mida en su humillante esclavitud. El pueblo y Francisco comparten el mismo desensueño. Se han dado cuenta, pero ya tarde, de que han sido víctimas de una estafa misera­ ble. Advierten, aunque ya sin remedio, que ha sido el dinero manejado por los mercaderes el que ha echado a pique la nave desarbolada de sus ilusiones. Aquella nave cargada de esperanzas halagüeñas en que tan engañadamente los habían hecho embarcar — y nada menos que bajo un juramento de fidelidad a la comuna— . Por eso, si hasta entonces el hijo del rico pañero había apreciado tan poco ese algo apodado por Pa- pini «estiércol del demonio», desde ahora empezará a aborrecerlo y a mirarlo como a un enemigo altamente peligroso y traicionero. Este su primer desensueño influirá no poco en la crisis psicológica que se le presentará más tarde como consecuencia de su misteriosa en­ fermedad a la vuelta de la cárcel de Perusa. Y contribuirá también efi­ cazmente al abandono tardío de sus ensueños y ambiciones caballeres­ cas a lo humano y de sus esperanzas comunales en la «fraternitas» la­ brada por las comunas del dinero. Pero de su mente, irrenunciablemen- te soñadora, y de su ideal inabandonable de ser un día caballero, sur­ girán más tarde nuevos ensueños caballerescos, ahora a lo divino, y otra «fraternitas», ahora basada en el Evangelio, más consistente y más durable. Una cosa quedaba clara para Francisco, fruto de su desensueño: en la comuna no había sitio ni para los humildes ni para los caballeros. S eg un do d e s e n s u e ñ o La decepción desensoñadora causada en el ánimo de Francisco por el comportamiento tan poco gallardo de la comuna asisiana después de su triunfo sobre la Roca, lo único que consiguió fue apagar sus entu­ siasmos y esperanzas — si alguna vez los tuvo— por la propia comuna. No logró, en cambio, marchitar siquiera sus ensueños juveniles, tanto

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