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29 8 ABILIO ENRIQUEZ CHILLON pudo hacer ya por ella. Sin embargo, la cruzada de verdad fue reem prendida por los reyes Felipe Augusto de Francia y Ricardo Corazón de León, de Inglaterra, ayudados por otro número considerable de príncipes cristianos. Las hazañas de Ricardo fueron cantadas y exalta das por trovadores y juglares y su persona elevada a la categoría poco menos que de mito. Lo que queda para la historia es que, entre victo rias y reveses, el saldo de la tercera Cruzada puede considerarse posi tivo a favor de los cruzados, aunque corto en proporción al gran es fuerzo en hombres y material aportados por el pueblo cristiano. «La tercera Cruzada, escribe Steven Runciman, había tocado a su fin. Nunca más volvería a partir para Oriente, bajo el estandartede una guerra santa, semejante constelación de príncipes. No obstante, aunque toda la Europa occidental se había unido en el gran esfuerzo, los resultados fueron exiguos... Una cosa, sin embargo, se había con seguido. Fue contenida la carrera de conquistas de Saladino. Los mu sulmanes estaban cansados de una guerra tan prolongada. No intenta rían durante algún tiempo volver a expulsar a los cristianos hacia el ¿nar. De hecho, el reino cristiano en Jerusalén había resurgido lo bas tante fuerte para durar otro siglo más» 13. Las intrigas entre los prín cipes cristianos y sus disensiones internas, las ambiciones personales y el afán desmesurado de todos ellos por lograr lucros y posiciones ventajosas de la campaña, fueron, no los únicos, cierto, pero sí los principales causantes de que su éxito resultara tan reducido. Todo hace sospechar que Francisco, aunque niño todavía, peroya en uso de razón, viviría intensamente las vicisitudes de esta Cruzada. Su mente tempranamente despierta y su fantasía en alboreante activi dad, predispuestas ya ambas a la admiración de lo hazañosamente ca balleresco, se exaltarían al oír las gestas gloriosas de Ricardo Corazón de León, cantadas por trovadores y juglares, y, a buen seguro, que lo convertiría en uno de sus ídolos infantiles. Los niños son fáciles en la forja de sus ídolos. Pero sus alborozos y esperanzas iban a durarle po co. Enrique V I, hijo y sucesor de Barbarroja, parecía haberse propuesto como uno de los fines prioritarios de su reinado la venganza de la derro ta infligida a su padre por la Liga Lombarda. Apenas se vio dueño del imperio, se dirigió con un poderoso ejér cito, a la península itálica, en la que entró a sangre y fuego. Rávena, Las Marcas, la Romaña, Toscana y todo el sur de Italia cayeron bajo 13. Steven R uncim an , Historia de las Cruzadas, Madrid 1985, 3.a ed., t. III, 82.
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