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LA REFORMA DE LOS ESTUDIOS FILOSOFICOS 273 celente, frente a un tomista «corto y muy parado», aunque con genio para tratar con estudiantes. En tercer lugar, y con un solo voto, apa­ recía propuesto el dominico P. fray Joaquín Ejerique, pese a ser «uno de los frailes más excelentes que tienen», aunque se constata a la par que tenía contra sí precisamente esa «calidad de fraile». En Zaragoza como en Cervera aplicaban los informes secretos para uso del Consejo los calificativos de tomista «bueno, excelente, corto», etc., y el de «jesuita fanático», aunque también aparecen los de «flojo, no es cosa, poca cosa». Así, los pretendientes a diversas cátedras en octubre de 1775 recibían, entre otros, estos sambenitos: En primer lugar, a D. Manuel de Latorre, racionero de la Seo: je­ suita fanático, por todos votos. En segundo lugar, al maestro D. Rafael Sotré, ex catedrático de artes, escotista, por 15 votos; a D. Joaquín Escuder, tomista bueno, por cuatro votos... Y en tercer lugar, se re­ petían los mismos nombres, sin calificativos. El 11 del citado mes resultaba elegido para la cátedra de lógica el propuesto en primer lugar, advirtiéndose al arzobispo que lo vigilara en punto a doctrina. Por otra minuta sabemos que el triunfante racio­ nero enseñaba «filosofía imparcial, según el método de los modernos». La vigilancia ejercida por el prelado llegaba en diciembre de 1775 a la conclusión de que los principales profesores en la universidad za­ ragozana eran de la doctrina proscrita, «como discípulos que han sido de los extinguidos», no regentando a la sazón discípulo de santo To­ más cátedra alguna de teología. «Y lo que más admira —añadía— es que los agustinos se precien de ser suaristas». El prior dominico fray Matías Bellido lo lamentaba ya públicamen­ te un año antes, al comprobar que, por primera vez en el espacio de dos siglos largos (1542-1774), se veía su orden, «como cabeza y jefe de la escuela tomística», privada de toda cátedra en aquella academia. Esto ocurría desde 1766. Para salir de la estacada no se dudó en echar mano de recomenda­ ciones, como la elevada por la marquesa de Niebla a Roda en favor del benemérito padre maestro fray Pedro Miravete, que había opositado veinte veces a diversas cátedras. Aunque la mayoría de los informantes zaragozanos proponían en primer lugar al agustino fray Nicolás Fraise, en segundo al franciscano fray Juan Barrera, y sólo en último a Mira- vete, y el fiscal aragonés apoyaba la candidatura de los dos primeros, triunfó ante el Consejo el tercero, pero a la de tres.

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