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284 GERMAN ZAMORA la enseñanza común, a la religión y al Estado». Esta reforma debería empezar por la fusión de ambos colegios, y su instalación en el magní fico inmueble dejado por los «expulsos» 13. En el fondo de esa querella contra los «colegios» se esconde tal vez un indicio del duelo entre ellos y los manteistas, al que tampoco Hues ca era ajena. Al final de aquella década informaba a Roda D. Pedro Pérez Valiente, director de la universidad y furioso anti-colegial, la mentándose de que los miembros de «Santiago y San Vicente» conti nuaran haciendo en Huesca, y en cualquier lugar adonde llegara su in flujo, lo que solían hacer los colegios castellanos antes de su reciente reforma: con la sola diferencia de que el corto número de dos, y enci ma su falta de unión, no les permitían tener tanto poder. «Y esto mis mo hacen y harán cuantos colegios haya en el mundo —añadía el di rector— de quienes crean sus individuos depender su acomodo, por no haber más salida que la del empleo, la muerte, o querer ellos dejar la carrera» 14. A la sazón, el de Santiago era el más poderoso de los dos rivales, por contar entre los suyos al obispo de la diócesis. Frente a esa casta colegial, tan detestada, ensalzaba la modestia del gremio manteista, marginado por la concurrencia de los colegiales y de los regulares, donde éstos dominaran, y acostumbrados de antiguo a no «tener más partido que el de la justicia y común opinión». Rivalidad entre escolásticos Más interior a la docencia universitaria, aunque también tuviera sus repercusiones ad extra, era la rivalidad escolástica. En 1770, a cua tro años de la supresión de la Compañía, se manifestaba en Huesca, como en otras universidades de la Corona aragonesa, en la «caza al ca tedrático jesuíta», es decir, de todo aquel profesor que hubiera simpa tizado con las doctrinas filosóficas del suarismo, o se hubiera formado en ellas. Ese «borrón» pesaba mucho en los informes secretos enviados a Roda por su sobrino D. Miguel Joaquín Lorieri acerca de los candi datos a cátedras, y podían decidir la purga de los mismos. Con qué seriedad llevaba a cabo esos informes Lorieri lo atestiguan unas pala bras relativas a la provisión de cátedras de artes en el citado 1770. Había mandado los pertinentes sobre Manuel Latorre y Joaquín Otal, limitándose a advertir que eran suaristas; pero no contento con las no- 13. AGSGJ, leg. 954. 14. Ibid.
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