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PERCEPCION Y LENGUAJE 185 no hay obstáculos de ninguna clase, no puedo evitar el ver el abeto. Dicho de otro modo, si cumplo con una serie de condiciones que se pueden enumerar, me veré obligado a ver ese árbol. Y ser obligado a verlo es ser pasivo en el acto de verlo: en este sentido, no tengo con­ trol sobre lo que veo. Por otro lado, por mucho que me esfuerce en ver un abeto cuando miro por otra ventana que no da al jardín, no puedo ver tal cosa. Lo mismo que soy incapaz de evitar el ver un abeto en un caso, también soy incapaz de verlo en el otro caso. No puedo ele­ gir lo que voy a ver, lo que veo viene determinado por lo que está fuera de mí. La anterior descripción de la percepción suele ir acompañada de un determinado análisis del concepto de pensar en algo, según el cual éste es opuesto a aquélla. Si soy pasivo en la percepción, en cambio soy ac­ tivo al pensar en algo. Soy libre de pensar en cualquier cosa que quie­ ra. No hay ninguna serie de condiciones tales que cuando se cumplen me obligan a tener determinados pensamientos. Mi entorno puede ser mísero, pero puedo pensar en riquezas. Pueden obligarme a ver estas o aquellas cosas, pueden impedirme verlas, pero en un sentido muy es­ pecífico no pueden controlar mis pensamientos. Mi mundo puede estar hecho de sueños. Puedo pensar en lo que desee e igualmente puedo abstenerme de pensar en algo. Aquí no soy pasivo, sino activo. Por con­ siguiente, pensar algo es lo opuesto a ver algo. Un ejemplo clásico de esta concepción nos lo proporciona Berkeley en sus Principios sobre el conocimiento humano. «Veo que puedo ha­ cer surgir ideas en mi mente a placer, modificar y cambiar la escena tan a menudo como me apetezca. Con sólo quererlo, surge inmediatamente en mi imaginación esta o aquella idea, y del mismo modo se borra y deja paso a otra. Este hacer y deshacer de ideas es lo que propiamente denomina a la mente activa... Pero cualquiera que sea el poder que yo tenga sobre mis propios pensamientos, veo que las ideas percibidas por los sentidos no tienen una dependencia semejante respecto de mi voluntad. Cuando a plena luz del día abro los ojos, no está en mi mano elegir si veré o no, o de­ terminar qué objetos particulares se presentarán ante mi vista; y algo análogo ocurre con el oído y los demás sentidos, las ideas impresas en ellos no son criaturas de mi voluntad» 9. 9. G. B erkeley , The Principies of Human Knowledge, London 1972, 126-127.

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