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1 6 6 VICENTE MUÑIZ RODRIGUEZ ticos, criterios empiristas totalmente ajenos al apriorismo de Port- Royal. No obstante, la concepción especular va a ser recuperada para la filosofía por algunos de los pensadores más importantes de nuestro si­ glo, sistematizándola en una versión lógico-formal: la del lenguaje ideal perfecto. Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein fueron los exposito­ res más conocidos de esta versión, aunque la conciban con matices dis­ tintos y diversos. 2.1. Bertrand Russell y el lenguaje ideal perfecto Hasta prácticamente 1917, Russell consideró al lenguaje común u ordinario como «algo transparente que podía ser utilizado sin prestarle mayor atención» (Cf. Evolución de mi pensamiento, Alianza Editorial, Madrid 1976, 12ss). Diversas dificultades lógicas derivadas de ciertas expresiones que le surgieron, al elaborar los Principia Mathematica, jun­ to a las ambigüedades que continuamente aparecían en el discurso so­ bre percepciones sensibles le llevaron poco a poco a cambiar este punto de vista. El lenguaje común, en efecto, se caracteriza de manera impor­ tante, según Russell, por la ambigüedad significativa de sus palabras, ya que el significado de éstas depende del conocimiento de la natura­ leza de los objetos con los que está familiarizado el hablante. Se trata, aquí, de un conocimiento directo de las cosas (knowledge by acquain- tance), contrapuesto al que se obtiene por descripción. En el conoci­ miento directo, los datos sensibles constituyen la apariencia de un ob­ jeto material, como color, forma, dureza que llega a nosotros por ma­ yor o menor familiaridad con ellos. El conocimiento del objeto como tal es, sin embargo, un conocimiento por descripción: supone, no sólo los datos sensibles actuales que capta la persona, sino además el recuer­ do de otros, junto con el conocimiento de ciertas verdades físicas que se presuponen en el trato con los objetos materiales. Por ello, lo que se conoce directamente son los datos sensibles (sense-data) que en nos­ otros producen los objetos, pero éstos, en cuanto tales, sólo son cons­ trucciones lógicas que hacemos en base a nuestros datos sensibles de los que llevamos a cabo descripciones. El conocimiento por descripción, así, tiene la importante función de permitirnos sobrepasar los límites de nuestra experiencia personal. Pero el conocimiento por familiaridad es el último fundamento al que hay que reducir todo conocimiento pos­ terior, incluido el descriptivo. Y dado que el conocimiento directo por familiaridad es ambiguo, Russell intentará liberar su lenguaje de la con-

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