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1 6 2 VICENTE MUÑIZ RODRIGUEZ y el serm o o significado, y se elabora la llamada «sciencia sermocinalis». Vuelve a afirmarse la unidad griega de metafísica (sustancia), lógica (concepto objetivo) y gramática (nombre sustantivo). La obra más re­ presentativa de esta situación fue la Grammatica Speculativa, debida a Tomás de Erfurt. Durante muchos años fue atribuida a Juan Duns Es­ coto y, como tal, incluida entre sus obras. Todavía en 1902, Mariano Fernández García hace una edición sólo de esta gramática en Quaracchi, defendiendo su pertenencia al doctor sutil. Sin embargo, los estudios de M. Grabman y el descubrimiento de un manuscrito de esta obrita per­ miten actualmente señalar sin duda alguna a su autor: Tomás de Er­ furt. Véase a este propósito el pequeño artículo escrito por M. Grab­ man en A rchivum Franciscanum H istoricum XV (1922) 273-78. La dependencia del ámbito gramatical del ontologico, pasando por el cognoscitivo-lógico, se patentiza en el escrito erfodiense de manera particular ya en las primeras páginas cuando nos describe el modo de significar que se da en el lenguaje: activo y pasivo. El modo activo es una propiedad de la palabra, concedida por el entendimiento a sí mis­ mo, mediante la cual significa la esencia de la cosa. Por el contrario, el modo pasivo es la esencia mismo de la cosa, en cuanto significada por la palabra. En consecuencia, la labor del entendimiento es doble. Por un lado, convierte la palabra en signo, colocándola en el ámbito de la gramática y más en concreto, en la semántica; por otro lado, aprehende lo que la cosa es y, situándose en el ámbito ontologico, carga de con­ tenido el signo y su dicción. La idea no se identifica con la cosa, pero en ella se nos da «lo que la cosa es». La palabra significa en virtud de que recibe como contenido significativo «lo que la cosa es» de la idea. Este fenómeno se hace cada vez más complejo en la oración y en el ra­ zonamiento o discurso. Pero siempre, en el fondo, permanece el iso- morfiismo entre realidad, concepto y palabra. Esta visión del lenguaje pierde fuerza durante los siglos XV y XVI, pero vuelve a cobrar relieve en los siglos XVII y XVIII gracias a la aspiración de crear una lengua universal por parte de los científicos y a la publicación de la lógica y gramática de Port-Royal. Entre las quimeras, ninguna más sugestiva, en frase de Sarmiento, que la de la lengua universal, que cobra impulso en los últimos años del siglo XVII, debido a una serie de circunstancias, entre las cuales se encuentra la creencia en el valor supranacional de la cultura merced al elemento racional o lógico, común a todas ellas. Era ésta una idea nacida en el Renacimiento, cuya filosofía había revelado la unidad fun-

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