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PROBLEMAS ONTOLOGICOS DEL LENGUAJE 161 bre y realidad gozan de tal unidad indisoluble que lleva a descubrir lo que es la cosa analizando el nombre y lo que éste es, analizando la cosa. Aristóteles, en su Metafísica, libro VII, capítulo 1 (Z, 10), argu­ menta de manera un tanto similar, al decirnos: «De aquí que alguien pudiera plantearse la cuestión de si 'andar’, o 'estar sano’ o 'estar sen­ tado’ implican que cada una de esas cosas tiene existencia y lo mismo respecto de otros estados o circunstancias análogos. Porque ninguno de estos (modos) puede tener por sí mismo una existencia propia ni existir separado de la sustancia, más aún, si algo existe, es aquello que camina o se sienta o está sano, lo que será una cosa que existe. Estas cosas parecen más cargadas de la noción de ser, porque bajo ellas se oculta un sujeto determinado. Este sujeto es la sustancia, el ser particu­ lar que aparece debajo de los atributos. Pues el bien o bueno o el estar sentado no significan nada sin esta sustancia». Del análisis de oracio­ nes, Aristóteles pasa a establecer las categorías ontológicas sustancia y accidente. A la pregunta de la filosofía griega qué son las cosas, el estagirita responde con su doctrina de la sustancia. Las cosas son sus­ tancias independientes entre sí y de ellas puede predicarse un modo de ser y obrar. La mente capta este hecho mediante los conceptos objeti­ vos y éstos en el lenguaje tienen su palabra significativa. El nombre sustantivo es, por excelencia, símbolo lingüístico de la sustancia. De esta manera, se aprecia cómo la Metafísica, la Lógica y el Lenguaje (Gramática) se construyen sobre tres pilares básicos que se correspon­ den mutuamente: sustancia, concepto y nombre sustantivo. Cualquier cambio doctrinal en uno de ellos, repercute en los otros ineludible­ mente. Es sabido que la cultura griega pasa al medioevo a través de dos líneas trasmisoras: una, binzantina; otra, latina. En esta última, junto con Calcidio y el Liber de Causis, se encuentra Boecio como el eslabón más significativo. Boecio presenta nuestra problemática dentro de la cuestión de los universales. Abelardo, después, comienza a hablar de sermo como vox significativa. Surge, así, poco a poco una suerte de meta-gramática, cuyo contenido más importante versa sobre los modos de significar que tienen las palabras. Al ser la etapa medieval profun­ damente teológica, los autores se sienten obligados a justificar «su dis­ curso sobre Dios». Por ello, raro es el escolástico que previamente a sus especulaciones dogmáticas no proponga una breve lección intitulada «De modis significandi». Lentamente en su entorno se va configurando una doctrina en cuyo centro aparece la distinción entre la res física, la vox 11

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