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420 CELINA A. LERTORA MENDOZA esta visión es incomparable con la infinitud sucesiva posible de cono­ cimientos o ideales capaces de ocupar nuestra mente, porque este pro­ ceso jamás llega a actualizarse, aunque la vida del hombre fuese infini­ tamente larga. En otros términos, aunque el hombre continuara infini­ tamente con su vida intelectual actual, no llegaría a conocer infinitas cosas: «Et similiter in rebus creatis; nam ob magnam intellectus nostri diffi- cultatem certum est, antequam videatur Deus facie ad faciem num- quam homo sciet aliquid in fine certitudinis. Et si per infinita seculo- rum sécula viveret in hac mortalitate, numquam ad perfectionem sa- pientiae in multitudine scibilium et certitudine pertingeret» (Opas Ma­ jas I, c. 10; ed. Bridges I, 21-22). Podría pensarse que aquí se esboza una idea aproximada de las re­ laciones entre conjuntos infinitos, pues al decir que aun cuando se vi­ vieran infinitos siglos no se agotarían los inteligibles, se quiere decir que el conjunto infinito de los siglos es inconmensurable con el con­ junto infinito de los inteligibles, y que éste es mayor. Sin embargo, puesto que ningún otro desarrollo hay en Bacon de esta idea, nos in­ clinamos a pensar que se trata más bien de una expresión intuitiva de la inagotabilidad de las especies inteligibles, sin que haya que darle a ello mayor trascendencia. Una cuestión aproximada se plantea al tratar de la causa del mal, problema que no preocupó demasiado a Aristóteles, pero que es siem­ pre un aguijón para un pensador cristiano. La pregunta esencial es si el bien es causa del mal, lo cual significa decir que Dios es causa del mal, o lo es otro bien finito, es decir, creado. Obsérvese en el texto que transcribimos, que la cuestión está mal planteada en lo que res­ pecta al argumento a favor, porque en realidad no propone nada. Po­ dría deducirse que si el mal es «infinito» y por la razón dada no puede tener por causa un ente finito, deberá ser causado por uno infinito. Pero no está probado, ni siquiera concedido, que el mal sea «infinito» en sentido estricto, y más bien parece que ese supuesto es inaceptable en perspectiva cristiana. El contraargumento es correcto, y por lo de­ más es el tradicional. Pero lo peor y más confuso es la solución a la ob­ jeción (si así puede llamarse) inicial: distinguiendo entre infinito ex­ tensivo e infinito sinónimo de «increado» (lo cual ya es confuso porque nadie ha dicho que el mal sea «increado», y si se ha concedido una ana­ logía con la ceguera o la privación, menos aun puede admitirse que

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